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Concepciones de la educación en la infancia


 

Elaborado por: José Aparicio y Adry Gutiérrez. Email: aparicio@uninorte.edu.co

Educar en la infancia es mucho más que enseñar y por supuesto más que cuidar. La enseñanza suele ser un medio de socialización, es decir, de transmisión de la historia cultural de nuestra especie. Se suelen enseñar contenidos verbales  y procedimentales  por medio de metodologías que implican la explicación detallada de saberes o el modelamiento de técnicas. Pero educar es más que eso. El literato inglés John Ruskin, dijo que educar a un alumno, no es sólo hacer que aprenda algo que no sabía, es hacer de él alguien que no existía. En ese sentido, se puede afirmar que educar integra cambios en el saber y el saber hacer, con cambios en las maneras de pensar, de ser y de actuar.

Educar implica también el reconocimiento de que la enseñanza por sí sola no asegura el aprendizaje,  por lo cual el rol de un educador  sería promover que los aprendices desarrollen constructivamente sus propios procesos (tanto cognitivos, como afectivos), que son los que les llevarán a alcanzar los resultados del aprendizaje. Por eso, cuando se educa, se crean  las condiciones para que el aprendiz no sólo adquiera información que almacene en su memoria, sino sobre todo, que construya (o en algunos casos reconstruya) sus visiones del mundo, que desarrolle habilidades sociales, que cambie sus actitudes, que comprenda el mundo físico y social que le rodea y logre cambios conceptuales que se vean reflejados en su manera de actuar en la realidad, que desarrolle habilidades de pensamiento que le permitan seguir aprendiendo aún sin enseñanza, y por supuesto, que como meta  final de su paso por el sistema educativo, avance en dirección de convertirse en un ser humano autorregulado, con la habilidad de monitorear permanentemente sus ideas, sentimientos y acciones, de tal forma que se comporte como un ciudadano crítico, pero también empático y solidario.

En el caso particular de la educación infantil, en muchas instituciones se ha dado un salto significativo en las metas que guían los proyectos pedagógicos. Basta una mirada general del sistema educativo para darnos cuenta que es en las experiencias educativas tempranas, en  donde más se acercan los docentes a trabajar aspectos que van más allá de la mera trasmisión de saberes. Es en el preescolar, en los espacios de formación artística o en las actividades de formación con niños con diversidad funcional, en donde es más común encontrar propuestas pedagógicas constructivistas. El reto de cambio docente es mayor en la medida en que se avanza en el sistema educativo, especialmente a partir del 4° año de educación obligatoria.  Muchos docentes con  formación disciplinar específica, pero sin demasiada formación pedagógica,  empiezan a concebir la educación a partir de este momento como una tarea que se reduce a la enseñanza de los saberes previos descubiertos  por la ciencia, y esta labor se convierte en la meta principal del aprendizaje. Desde esta perspectiva,  no se esperan “verdaderos” aprendizajes en la etapa de la educación preescolar  (e inicios de la primaria), pues se concibe como un tiempo para el cuidado de los niños, para el juego, para complementar la tarea familiar de introducir a los niños en la vía del “buen” comportamiento social y para un aprestamiento inicial en las habilidades de lectura, escritura y matemáticas.

Paradójicamente esta falta de expectativas, es una de las causas principales para que se genere un ambiente  pedagógico que permite a los educadores llevar a cabo un proyecto educativo con un sentido transformador. No obstante, a falta de presión interna del propio sistema educativo, muchas veces el reto es lidiar con padres de familia que al provenir de una educación tradicional, miden los logros educativos en función de indicadores conductuales como que  el niño pueda identificar o contar números, escribir letras, leer, nombrar los colores etc. Se vuelve entonces también una tarea de los maestros reeducar a los padres, promoviendo que construyan una nueva visión del aprendizaje y de los fines de la educación.

A pesar de lo dicho, también se puede afirmar que todavía  coexisten  los tres tipos de concepciones de educación infantil que se nombran en la legislación educativa. En primer lugar, una educación asistencial que se centra en satisfacer las necesidades primarias de los niños,  por medio  de  cuidados básicos y el desarrollo de habilidades motrices. Este tipo de educación concibe a los infantes  como el capital potencial del país y por lo tanto, su meta esencial es la satisfacción de sus necesidades de protección y cuidado.

Muchos otros educadores se centran en una educación cognoscitiva la cual concibe  la educación preescolar literalmente como una formación pre-escolar. Se destaca su preocupación por el aprendizaje de la lectoescritura y de las matemáticas,  que subyace al interés por preparar a los niños para la escolaridad posterior. Esta concepción como vimos previamente, se amolda a las exigencias de muchos padres de familia, lo cual favorece su permanencia.

Hay una tercera concepción que no está nombrada en la ley general de educación,  pero que también se evidencia en muchas instituciones de educación infantil. La denominaremos la concepción experiencial.  En ella se considera, que la labor del “educador” es sólo la de un guía o acompañante del aprendizaje del niño que se debe dar básicamente por su acción de descubrimiento. Consideramos que en este modelo, como en los anteriores, no se podría hablar de verdadera educación, pues únicamente se da el aprendizaje que la propia experiencia promueve en el niño. Desafortunadamente al igual que en la concepción asistencial, esta concepción está presente en maestros que siguen ejerciendo sólo un rol de cuidadores o de espectadores del desarrollo del niño. Al contrario de lo que una visión de sentido común nos dicta, ser un educador infantil requiere de una formación tan o más especializada que en los niveles educativos posteriores, pues como dijimos en un comienzo, supone crear las condiciones adecuadas para que se dé el desarrollo de todas las dimensiones de lo humano, en una etapa en la que todo está por construirse. Por tanto, contrario al dicho popular, tendríamos que decir que no todos los caminos conducen a Roma.

Finalmente, una concepción de atención integral ubica a los niños como el centro del acto educativo, como sujetos de derechos, únicos y singulares, activos en su propio desarrollo, interlocutores válidos e integrales,  pero sin olvidar  que el rol del educador es también esencial extendiendo delante de ellos una zona de desarrollo próximo, acorde con sus  necesidades y con su momento evolutivo. Ser un educador infantil, por tanto, debería ser una de las profesiones más valoradas, por el reto que supone ser una persona sana afectivamente y con conocimientos especializados sobre la pedagogía en general y las didácticas específicas para  la educación en la infancia, así como del desarrollo evolutivo en todas sus dimensiones. 

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