Mujeres afrodescendientes, brujería y transformación urbana

La historiadora Ana María Silva Campo analizó los inventarios de algunas propiedades que la Inquisición le confiscó a mujeres afrodescendientes acusadas de brujería en la década de 1630 en Cartagena, evidenciando la relación entre raza, desarrollo urbano y religión.

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La conferencia se desarrolló por el canal Uninorte Académico.

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16 jun 2021

La Maestría en Historia organizó la conferencia 'Mujeres afrodescendientes, brujería y transformación urbana de Cartagena en el siglo XVII', un encuentro virtual en el que Ana María Silva Campo, investigadora posdoctoral de la Universidad de Carolina del Norte, hizo un análisis detallado de los inventarios de algunas propiedades que el Tribunal de Inquisición en Cartagena le confiscó a un grupo de mujeres afrodescendientes acusadas de brujería. 

Con base en una investigación más amplia que ha venido desarrollando Silva en torno a ejes temáticos como religión, historia urbana y racialización en la ciudad, este evento exploró la transformación del barrio donde vivían estas mujeres después de que la Inquisición vendiera sus casas y otros bienes raices en subastas públicas. 

La invitada inició su intervención contextualizando a la audiencia sobre las dinámicas del imperio español durante el período colonial. “Cartagena de Indias era uno de los puertos más importantes que tenía España en el Gran Caribe. Los españoles fundaron la ciudad en 1536 en las tierras de las comunidades indígenas de Calamar. (...) Otro aspecto clave en el desarrollo de las colonias americanas fue la trata de personas esclavizadas. Los habitantes fueron testigos de primera mano de la llegada de barcos que transportaban a africanos”, comentó la doctora en Historia de la Universidad de Míchigan. 

La trata de esclavos cautivos dio como resultado el incremento de diversas experiencias religiosas y culturales que confluyeron en Cartagena. Posteriormente, se crearon algunas comunidades de personas afrodescendientes que compraban su libertad. Ambas situaciones constituían una amenaza a la doctrina católica que la Corona buscaba imponer, por lo que se creó un Tribunal de la Inquisición en la ciudad, donde se juzgaban las ideas o prácticas contrarias a la tradición ortodoxa y se adelantaban procesos administrativos, civiles, penales y de hacienda. 

En la actualidad, los documentos inquisitoriales son una fuente de investigación para reconstruir la historia colonial de la ciudad amurallada. Entre ellos, encontramos los procesos de fe por brujería, que son juicios famosos por asuntos relacionados a las creencias religiosas y la moral católica. 

“En el año de 1632, la Inquisición de Cartagena acusó a una mujer de ascendencia africana de practicar lo que los inquisidores catalogaban como brujería. Su nombre era Paula de Eguiluz. Aunque en el momento de esta acusación Paula era libre, había vivido parte de su vida esclavizada en Santo Domingo y en Cuba. Se decía que en Cartagena había obtenido su sustento por medio de una variedad de actividades económicas que incluían prácticas curativas y magia amorosa. Durante su juicio, Paula denunció a otras quince mujeres de ascendencia africana de practicar actividades similares”, relató Silva, situando aquel juicio como el punto de encuentro de la historia de estas mujeres. 

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En los meses siguientes, oficiales de la Inquisición arrestaron a las involucradas en la acusación de Paula y realizaron inventarios de sus bienes, pertenencias, objetos personales y las cartas de libertad que algunas de las acusadas habían obtenido como prueba legal de su estatus de libres. En 1634 la Inquisición las declaró culpables, confiscó sus propiedades y vendió todas sus posesiones en almoneda. Ocho de ellas tenían casas localizadas en el barrio de los Jagüeyes, que actualmente corresponde a la plaza Fernández de Madrid. 

“Los inventarios revelan dos dimensiones cruciales de esta historia. Primero, sugieren un elemento comunitario, pues las mujeres compartían no solo algunas actividades, sino que además eran vecinas. Segundo, que la decisión de los inquisidores de usar el castigo de la confiscación total de las casas en contra de ellas estaba relacionado con una demanda a nivel local de bienes raíces en un momento en que la ciudad estaba creciendo. Por lo que surge la pregunta de ¿por qué el barrio de los Jagüeyes fue el centro de estas confiscaciones?”. 

Principalmente, por ser un área atractiva para algunos miembros de la élite económica española, pero hasta entonces habitada en su mayoría por afrodescendientes libres. De hecho, los documentos de hacienda muestran una dinámica de género y razas. Las ocho casas fueron adquiridas a crédito por hombres de ascendencia europea, incluidos algunos miembros del cabildo y del clero, que fueron dueños de las propiedades por décadas y cuyas familias las conservaron por largo tiempo.   

La historiadora finalizó el recuento señalando cómo los inventarios de la Inquisición muestran otros aspectos de las historias de estas mujeres y de las dinámicas locales de Cartagena. “Los procesos de fe y sus resúmenes presentan a las mujeres como personas que se desviaban de la religión y la moral católica de la época al practicar servicios, rituales y curativos. Por otra parte, los documentos relativos a los inventarios de confiscación y subasta de sus bienes no las presentan como personas marginadas, por el contrario, lo que vemos es que estas mujeres hacían parte esencial de la economía local cartagenera”. 

Y agregó “una mirada local y geográfica de los inventarios revela que el área conocida entonces como el barrio de los Jagüeyes era el hogar de una comunidad muy activa de personas libres de ascendencia africana, y un lugar apetecido por el que había competencia en términos de bienes raíces. Al aplicar el procedimiento de confiscación y subasta de las casas ubicadas en este barrio, la Inquisición de Cartagena redistribuyó la modesta riqueza que algunos miembros que la comunidad de los Jagüeyes había acumulado, al crear oportunidades para que compradores adinerados expandieran sus propiedades en la ciudad”. 

De esta manera, Silva Campo reconstruyó la historia de quince mujeres afrodescendientes que coincidieron en el período colonial de Cartagena de Indias, cuyos relatos demuestran la relación entre la religión, el desarrollo de la traza urbana y la formación de categorías racializadas para la década de 1630. 

 

Por María Fernanda Salgado. 

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