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Disrupción

Los colombianos vivimos tiempos agitados con sucesos que se amontonan, con una reforma fiscal que será un colcha de retazos, donde algunas cosas se han logrado a favor de la población, pero llena de regalos para las grandes empresas, el creciente escándalo de Odebrecht que ya va por $50 millones de dólares, con un fiscal debilitado y una terna inútil, con la reforma a la justicia enredada y un resultado legislativo bien pobre, más una economía que parece empezar a perder en algo su recuperación, todo ello sumiéndonos en el escepticismo frente a la lucha contra la corrupción.

Pero si las cosas se agitan con las marchas justas de los estudiantes, ante un gobierno que debió tomar en serio la negociación con los jóvenes desde el comienzo, y no limitándose a ofertas presupuestales a sus agentes burocráticos en las universidades públicas, y un presidente que parece no cogerle el pulso a los problemas del país, más el surgimiento de videos oscuros, no por ello podemos caer en el escepticismo, sino tal vez verlo como la disrupción de nuevas fuerzas y nuevos cambios que se vienen en el país.

El caso de los ‘chalecos amarillos’ en Francia ha mostrado una población cansada de vivir mal, agobiada por los impuestos y las alzas de la gasolina, donde el ingreso apenas alcanza para pagar el arriendo y medio comer, sin derecho a más nada.

El movimiento social ha aparecido con fuerza,  donde los sectores de extrema tanto de derecha como de izquierda, quieren pescar en río revuelto.  La verdad es que debemos admirar a los ciudadanos franceses, que por encima de los partidos y de todos los matices, salieron a protestar desde hace casi un mes y han acorralado al gobierno centrista de talante neoliberal de Emmanuel Macron.

Sin duda la democracia está bajo ataque y por todos lados aparecen autoritarismos de derecha. La democracia se ha vuelto plutocracia y hasta en Barranquilla lo vivimos. Saramago decía que no debemos contentarnos con el cuento que la democracia es un mal régimen, pero es lo mejor que podríamos conseguir. Señalaba que había que luchar para mejorarlo. Michael Sandel frente a este tema nos arroja cuatro reflexiones. En primer lugar, hay que trabajar por sociedades menos desiguales y la tributación debe ser una herramienta. Señala que no debemos limitarnos al eslogan de la equidad y la supuesta igualdad de oportunidades. Hasta en Estados Unidos solo el 4% llega al más alto quintil del ingreso. La mayor educación no compensa la desigualdad ni garantiza la movilidad. En segundo lugar, critica el tema de la meritocracia.  Los de abajo difícilmente surgen por esa vía cuando se enfrentan al poder y sus influencias, basado en la desigualdad. En tercer lugar, reclama la necesidad de recuperar la dignidad de trabajar, de hacer cosas que le sirvan a la gente, y cuestiona el concepto de “hacer dinero”, de “administrar el dinero” que es el sueño iluso de nuestros jóvenes. Debemos fortalecer el mundo del trabajo y no el mundo sin ello. Por último, reconocer que el libre comercio poco ha resuelto nuestros problemas y que la emigración es el reflejo de esa crisis. Son tiempos de disrupción y Francia es apenas la chispa.

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