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Ecos de un funeral

De las grandes democracias, hoy asediadas por movimientos populistas conservadores, racistas y xenófobos, podemos aprender los colombianos. Si uno escuchaba atentamente los discursos en el funeral del senador John McCain, podía identificar los valores comunes y democráticos que unifican al pueblo norteamericano por encima de las diferencias políticas. Ello no significa conciliar, sin embargo, con lo que representa el oscurantismo.

Por ello no fue invitado el presidente Trump, por decisión del fallecido. A John McCain se le rindieron honores de presidente, sin haberlo sido, en razón a lo que su vida y un buen sano ejercicio de la política significaron en su país, y hasta en Vietnam, donde las banderas a media asta le rindieron tributo al valiente exprisionero de guerra.

El presidente Obama hizo gala de su oratoria, resaltando sus diferencias con el fallecido, pero sin duda llamando a la defensa de los valores del pueblo americano consagrados en su Constitución, donde todos los hombres se reclaman iguales, no importando su riqueza, posición social, credo, raza o lugar de nacimiento, precisamente en esta época de ataques y persecución a los migrantes. Este ideal de la democracia moderna no se logra de golpe, es un proceso diario, de batalla constante, donde cada día importa -como decía Obama-, pues influye sobre los restantes. Esa fue la base de su entendimiento con el senador John McCain.

Similarmente es Colombia, donde nos encontramos en una sociedad polarizada, 11,7 millones de colombianos, de todas las vertientes políticas, hicimos sentir nuestra voz -no importa que haya sido débil en el Caribe- contra la corrupción.

El presidente Duque parece haber entendido que su llamado a la unidad hecho el 7 de agosto no se hace en abstracto, clamando a la sociedad civil, sino que debe pasar por los partidos, tanto de gobierno, como independientes y los de oposición. El gobierno debe poner a marchar las organizaciones políticas del país definidas por sus instituciones, en las cuales los colombianos podemos encontrar puntos comunes. Esa base puede ser el apoyo a la Constitución del 91, a pesar de sus deficiencias, la lucha por la paz, el fin a la violencia de cualquier tipo y la batalla por erradicar la corrupción.

No vamos a borrar nuestras diferencias sobre el modelo económico, sobre cuál debe ser el rol del Estado frente al mercado, sobre cómo organizar políticamente al país, sobre cómo resolver la problemática agraria, sobre cómo manejar la sostenibilidad del país, pero podemos identificar aquellas cosas comunes sobre la base de llegar a acuerdos en cómo imponer la paz en los territorios, cómo lograr la paz en el país, sobre cómo vencer a los violentos, cómo erradicar a los corruptos, y sobre cómo seguir reduciendo la pobreza y la desigualdad en este país.

Ello implica aprender a trabajar con los que no opinan como uno, a llegar a acuerdos mínimos, a buscar consensos y a empujar este país hacia delante. Es algo que muchos soberbios gobernantes locales debieran aprender y poner en práctica en los territorios. La reunión que el presidente convocó el pasado miércoles en Palacio con todas las fuerzas, fue el paso en la dirección correcta. Así se construye país. Otros deben seguir su ejemplo.

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