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En la OCDE

El Gobierno ha anunciado que por fin ya somos miembros de la OCDE, agrupación de 37 países, la mayoría de ellos ya desarrollados –con la excepción de México, Chile y nosotros–. Se nos dice que al fin entramos en un club de buenas prácticas, en especial en lo que se refiere a políticas públicas, y que por ello entraremos en el radar de inversionistas extranjeros al haber logrado este sello de calidad.

Dirigentes gremiales y los economistas neoclásicos del régimen andan felices, pues parece que al fin ya estamos despegando hacia el desarrollo. Hemos sido aprobados en 23 comités después de un largo proceso dispendioso. El Gobierno ha expedido numerosas leyes para mejorar la gestión pública, proteger los derechos humanos, fortalecer nuestra democracia y mostrarle al mundo que vamos en un buen camino. La verdad es que uno quisiera que así fuese, pero al examinar muchos indicadores de nuestro país  el vaso no está medio lleno, sino más bien vacío en sus tres cuartas partes.

No hay duda de que hemos salido fortalecidos en el reciente proceso democrático. Las fuerzas progresistas hicieron un fuerte avance frente a las fuerzas que solo conservan el status quo. Las maquinarias mostraron su fracaso, y el candidato del coscorrón, con toda su prepotencia y billetera de mandatarios locales y contratistas, quedó tendido en el pavimento. El futuro inmediato dependerá de cómo se tejan las alianzas sin soberbias y con garantías, para que el “régimen” del cual nos hablaba Álvaro Gómez Hurtado salga derrotado.

Un tema que debe mirarse con cuidado en este nuevo club es el examen de la política económica. No podemos seguir con la visión ortodoxa de mantener la regla fiscal a toda costa,  sacrificando el crecimiento económico. En esto, la OCDE se mueve dentro de la ortodoxia y puede atar en exceso nuestra política fiscal y monetaria. El país necesita crecer más rápido, sin depender de los precios del petróleo, estableciendo una verdadera política industrial como la experiencia del Sudeste Asiático enseña. Necesitamos un Estado agresivo emprendedor, que se asocie con los empresarios para generar proyectos que generen empleos de calidad, sin esperar que las leyes del mercado mágicamente nos traigan el bienestar. Si no lo hacemos seguiremos con estas bajas tasas de crecimiento económico, y no lograremos llegar a un PIB per cápita que siquiera supere los USD10.000.

Ojalá este club de buenas prácticas nos ayude a seguir viendo lo que nos hace falta, pero sin que se nos impongan fórmulas que lesionen nuestro propio camino al desarrollo. Alejandro Portes, en un conocido ensayo sobre la relación entre instituciones y desarrollo, nos prevenía de evitar los “injertos institucionales”, copiando esquemas de los países desarrollados en una realidad completamente diferente. Somos uno de los países más desiguales del mundo, con una terrible exclusión, con unas élites reacias a toda reforma agraria, que no le gusta pagar impuestos a las ganancias del capital y que descarga la tributación en los impuestos indirectos regresivos. La violencia se usa para liquidar a los líderes sociales, más de 160 desde que se firmó la paz, y ya se han asesinado más de 50 exmiembros de las Farc. Ojalá podamos mantener los requisitos para seguir en tal club.

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