Si algo quedó claro de la jornada del pasado jueves 7 de abril, en el seminario sobre la economía de Barranquilla en el Siglo XXI en el teatro Amira de la Rosa, es que a pesar del optimismo que reina sobre nuestra urbe, los problemas crónicos que la afectan desde los años 50´s del siglo pasado siguen siendo profundos, como son un 40% de la población bajo la línea de pobreza, el 13% en la indigencia, con segregación social y hasta racial en algunos barrios del Suroccidente y un 65% de la mano de obra en informalidad laboral, tal como lo describió el trabajo de Laura Cepeda del Banco de la República de Cartagena.

Otros trabajos destacaron los problemas del puerto, el déficit de vivienda, los bajos rendimientos en educación y las amenazas futuras en la deuda pública del Distrito. Pero Barranquilla, a pesar de su mayor avance, es un fiel reflejo de la región. En la columna de la semana pasada señalamos las causas de estos problemas, algo que los técnicos del Banco muy poco mencionan en sus cuidadosas descripciones.
En las primeras fases del desarrollo regional a inicios de la segunda mitad del Siglo XX, la planeación e inversión regionales del gobierno nacional fueron débiles, con poco impacto en la Región. Pero a partir de los 80s se impuso la tesis pro-mercado, según la cual, la globalización con la apertura, nos resolvería mágicamente nuestros problemas.

Se empezó a desmontar el estado en el área productiva regional, dejándonos hoy un estado asistencialista que regala cheques a las familias pobres, pero que es incapaz de generar las condiciones de mayor empleo para nuestra fuerza laboral.

Podemos decir sin equivocarnos, que esa experiencia ha resultado peor que la anterior, necesitando recuperar la vocación schumpeteriana del Estado, no para remplazar a los empresarios, sino para apoyarlos en todos los frentes, en la infraestructura, el capital humano, en la justicia y la seguridad, pero además, para apoyar las iniciativas privadas con capital semilla y de riesgo para sacarlos adelante.

La región y el país urgen por tanto de una fuerte banca de desarrollo, como la tienen otros países latinoamericanos. En la Región abundan las iniciativas, pero son limitados los esfuerzos del Estado y la banca privada para llegar a los empresarios. El desarrollo regional no es sólo tarea del estado nacional, regional o local. Debe ser un proyecto conjunto de todos, incluidos los empresarios, la sociedad civil bien entendida, los partidos políticos, y las organizaciones no gubernamentales. Es una tarea que debe unificar, como lo señala Howard Grossman, los recursos de todos los niveles, públicos y privados, para sacar adelante los proyectos.
La Región obviamente necesita más y mejor educación a todos los niveles, vías, acceso a los puertos, mayor desarrollo institucional de sus departamentos y municipios, más investigación en ciencia y tecnología, mejores planes de desarrollo sostenible, un desarrollo agropecuario adecuado, y estrategias de lucha contra el hambre y la pobreza.

Pero ello será difícil de lograr, si no imposible, si no se produce en primer lugar, la concreción de una palanca de estado a nivel regional, supra departamental, para gestionar el desarrollo en todas las áreas, ante un Gobierno Central lejano y disperso. Dicho mecanismo regional se vería obligado a interactuar con las necesidades de todos los territorios, para identificar líneas, alianzas sociales y políticas comunes. Si bien la autonomía regional no es suficiente, es una condición previa sine qua non para enderezar el rumbo de las cosas.

El Fondo de Compensación Regional es apenas un primer paso, puede ayudar, pero obviamente no es suficiente ante la reproducción espontánea de estructuras que, además del centralismo, prologan la exclusión. A diferencia de algunos, pienso que la regionalización es un primer eslabón clave. Urge pues que el Senado le de salida a la Ley Orgánica de Ordenamiento Territorial.