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LA ECONOMIA DE LA CORRUPCION

La semana pasada dejó a los colombianos un sabor de impotencia y desesperanza dado el despliegue periodístico sobre la corrupción en el país. El largo período de Uribe parece que no ayudó mucho, y todo indica que detrás del equipo que manejó el poder, se incubaron prácticas terribles en muchos entes estatales. La revuelta contra el ministro del Interior Germán Vargas Lleras parece teñida de temores ante las investigaciones anunciadas y no tanto de defensa de los posibles puestos a perder en las reestructuraciones ministeriales.

La tesis enunciada por uno de los Nule en el sentido que la corrupción era inherente a la naturaleza humana, dejó sorprendida a la opinión pública. No por falsa la tesis, sino por lo que ella implica, en el sentido de justificar todo lo sucedido con la contratación en Bogotá y de hecho en todo el país. La verdad es que la corrupción en Colombia no es nueva, y como alguien dijo, se transforma y se reproduce, adaptándose incluso al uso de las nuevas tecnologías de la información. Si bien Colombia no es México ni Venezuela, en los indicadores mundiales siempre quedamos en los lugares mediocres.

La ciencia económica ha ofrecido básicamente dos tesis sobre la corrupción. Una, la brindada por las teorías ortodoxa del crimen, señala que la corrupción se produce por un cálculo racional del individuo de costos y beneficios. Si las probabilidades y montos de los castigos son bajos, es rentable ser corrupto. En una sociedad donde eso no importa, se puede ver como símbolo de audacia o viveza, y tal vez de inteligencia para los ‘negocios’.

La segunda tesis es la de la Economía institucional. En una sociedad donde las reglas de juego premian la corrupción, de acuerdo a la trayectoria histórica y evolucionaria, pueden prevalecer organizaciones e instituciones que propenden hacia la corrupción. Bien lo señala Douglas North, cuando dice que una sociedad que premia la piratería, sólo produce piratas. De esa forma, en una sociedad donde desde niños se nos enseña que “el vivo vive del bobo”, o “papaya puesta, papaya partida”, no es posible esperar mucho.

Apenas se le presenta al individuo la oportunidad de capturar recursos, ya sea públicos o privados, ello ocurre. La aseveración que la corrupción es inherente a la naturaleza humana, es incompleta y de pronto inexacta.

Veblen dejó claro hace más de un siglo que en el ser humano existen propensiones mentales que a veces propenden por la depredación, producto de nuestros millones de años como especie cazadora. Pero también hay propensiones progresivas como la protección de la especie, la curiosidad ociosa y el trabajo eficaz.
Luego en el hombre se anidan una diversidad de potencialidades conductuales, las se manifiestan según las circunstancias,
dependiendo del entorno y la transmisión familiar y cultural. Otra cosa que ha dejado en claro el debate sobre la corrupción es que no es típica de la Costa Caribe. Los escándalos de la contratación en Bogotá y el país, revelan que el problema es generalizado y de mayores dimensiones en la capital.

Los robos de regalías no son sólo en la Costa sino en otros departamentos. Las licitaciones amañadas son prácticas generalizadas, proceso que ha hecho trizas las leyes de la contratación.

Si la corrupción va pegada al ser humano, no hay territorio libre de ella. Le toca a la sociedad actuar para frenar sus ímpetus, y canalizar estos recursos hacia el desarrollo. Otras naciones lo han logrado. Difícil pero no imposible.

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