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La economía política de los levantamientos árabes

Por. Jairo Parada

Sin que nadie lo esperase, la oleada de movilizaciones populares en los países árabes tiene sorprendido al mundo. Este tsunami político parece poner patas arriba todo el establecimiento político de estos países, donde los resultados serán diversos y difíciles como lo observamos hoy en Libia.

Para las ciencias sociales, intentar explicar estos fenómenos no es un ejercicio fácil. Pero uno podría intuir una explicación a tres niveles. El primer nivel, es el observado en el gigantesco despertar de estos pueblos después de décadas de opresión y ausencia de democracia. Aquí ha jugado un papel clave el actor individual y colectivo.

La decisión personal de un humilde vendedor de frutas de Túnez de inmolarse ante los abusos de la policía local, quienes le habían despojado de sus productos y con burlas, se negaron a devolvérselo, desempeñó ese papel de chispa que enciende la pradera.

Nunca hubiesen pensado estos policías que su acción hubiese desatado semejante torrente de acontecimientos que se llevaría de por medio al régimen autocrático tunecino. Pero por debajo de este acontecimiento, existían todos los elementos objetivos del descontento en una sociedad bloqueada por la exclusión.

El alto desempleo, la opresión política, la frustración de una población bastante educada y preparada ante la triste realidad de su vida diaria, donde a muchos jóvenes no les quedaba más remedio que la emigración, fueron los mecanismos causales estructurales que generaron semejante acontecimiento. Túnez no era el país más pobre y atrasado.

Sus indicadores no eran malos. Sin embargo, debajo de esa aparente normalidad, se escondía un volcán de frustraciones. Era un buen ejemplo que tener buena educación no bastaba, la gente necesita empleos y oportunidades, menos exclusión y disminución de la odiosa inequidad.

Al evento tunecino, acompañado de un simbolismo profundo como una revolución de jazmines, le ha sucedido un efecto dominó en el área que se llevó por delante al poderoso faraón Mubarak. En Egipto, país muy parecido a Túnez pero de un mayor desarrollo, la situación también era similar.

El mensaje corrió por todos estos pueblos árabes como un fogonazo, donde la gente a través de los medios de comunicación veía que lo imposible era posible. La dimensión de lo hermenéutico se impuso con la lógica de los eventos con todo su significado. Hasta los principados árabes petroleros han sido sacudidos.

En síntesis, se ha combinado la agencia individual y colectiva. Las cosas suceden porque alguien se decide a hacer algo, pero además, hay razones estructurales profundas que explican estos fenómenos, que no se detectaban a simple vista, pero que corrían en las profundidades de las sociedades árabes. Ello, combinado con el simbolismo de la movilización de los ciudadanos, ha despertado un torrente de imprevisibles consecuencias.

En Grecia nuevamente los manifestantes han salido a la calle para exigir la derogatoria de las medidas de austeridad impuestas por el régimen, atrapado por la moneda única europea, bajo la dictadura de la banca central alemana. En Wisconsin, miles de empleados públicos se están manifestando contra las intenciones del gobernador republicano de recortarles sus condiciones de vida.

La consigna ha sido: “Camina como un egipcio”, lo cual se ha convertido en ejemplo de dignidad de un pueblo.
Los gobernantes colombianos deben tomar atenta nota y no dormirse en la bondad de los indicadores que la tecnocracia les presenta. No deben creerse tanto el cuento que son maravillosos.

Ser humildes y auscultar las necesidades de los colombianos debiera ser la consigna. Bajar el desempleo y la exclusión debiera ser la obsesión. No sea que un tsunami ‘árabe’ los sorprenda.

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