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Descarbonizar y carbonizar

Es fácil criticar a los gobiernos. Gestionar una organización tan compleja, con tantos actores y variables, dejará siempre diversos descontentos, ante la imposibilidad de satisfacer las variopintas y volubles demandas de los caprichosos seres humanos. Ese tipo de frustraciones y reclamos suceden tanto en las sociedades más sofisticadas como en los entornos más revueltos, aunque por supuesto persistirán las diferencias que definen los estilos de vida de cada nación. Cuando uno ve molestias ciudadanas en, digamos, Noruega o Islandia, comprende que siempre habrá algo por lo cual quejarse, algún asunto incompleto o sin resolución que impulsa al ciudadano a exigirle mejoras incluso a los sistemas sociales más avanzados del planeta.

Eso no quiere decir que el ejercicio de la crítica sea inútil, aunque a veces se exagere en las formas, ni que haya que resignarse a que las cosas nunca serán suficientes. En el intento por mejorar se encuentran los beneficios. Sin embargo, los gobiernos pueden ayudarse guardando algunos cuidados, ejerciendo la prudencia y la claridad para no empeorar lo que ya es complicado. 

Las actuaciones de algunos ministros, coincidiendo con declaraciones de otras instancias del gobierno, se la han puesto muy fácil a los críticos incisivos. Uno de los casos más notorios se encuentra en el debate sobre la transición energética. No se trata de poner en duda la pertinencia de ese tipo de preocupaciones, evidentemente es necesario ajustar ciertos procesos para moderar el impacto de nuestras actuaciones sobre el medio ambiente, pero las distorsiones en el mensaje dejan muchas inquietudes sobre los métodos. 

Mientras por una parte se ha expresado que existe la intención de disminuir la exploración y la explotación de combustibles fósiles, sustentada en la necesidad de descarbonizar la economía, otras posturas indican que al mismo tiempo le estamos apostando a una significativa «carbonización». El gobierno ha afirmado que los ingresos que se perderían por la debilitación de Ecopetrol podrían recuperarse parcialmente promoviendo el turismo, llegando a sugerir que Colombia sería capaz de recibir unos 20 millones de turistas anuales en el corto y mediano plazo, cuadriplicando nuestro promedio actual. Lo contradictorio de estas dos apuestas (menos petróleo, más turismo), es que para traer 20 millones de turistas anuales se necesitará expeler a la atmosfera decenas de millones de toneladas de gases de efecto invernadero, porque los turistas viajan fundamentalmente en aviones y barcos que se alimentan con kerosene y diésel. Para tener una idea, la huella de carbono de un viaje en avión de ida y vuelta entre Madrid y Bogotá es de unos 700 kilos por pasajero. Dado que no es posible, por ahora, viajar ni en aviones ni en grandes barcos eléctricos, no es probable que esas realidades cambien pronto. 

Son ese tipo de paradojas las que exasperan al ciudadano. O los responsables de esas afirmaciones no tienen claro de lo que hablan, o lo tienen claro, pero prefieren ignorar las consecuencias. Ambos escenarios son indeseables, así que prefiero suponer que se trata de errores involuntarios. En ese caso, sería conveniente que se hicieran oportunamente las aclaraciones que correspondan.  

Fotografía tomada de https://www.unsplash.com

Publicado en El Heraldo el jueves 15 de diciembre de 2022

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