Perfil

Dos meses

Ehen Mañana se cumplen dos meses del gobierno de Gustavo Petro. Por supuesto, sesenta días es muy poco tiempo para valorar las acciones de quienes apenas se han posesionado, así que todavía no valen juicios profundos, ni mucho menos definitivos. Hay pocas cosas tan demandantes como la administración de un Estado, que me animo a definir como el reto más exigente (e ingrato) al que se puede enfrentar cualquier organización. El conflicto entre lo anunciado y lo posible, el acuerdo de los intereses de las mayorías con los intereses de los demás y el volátil entorno global, entre un sinfín de factores, constituyen un cúmulo de asuntos que nunca, me temo, lograrán armonizarse del todo.

Los colombianos, hayan o no votado por quienes están al mando, debemos tener la disposición necesaria para moderar nuestras expectativas sobre los buenos o malos resultados de las acciones gubernamentales, además de la madurez para comprender que no siempre se puede todo y que habrá ideas que necesitan ajustarse a la cambiante realidad. Las decepciones son tan inevitables como las sorpresas. Sin embargo, ese justo reclamo tiene que ser en doble vía y no puede ser sólo exigido a los ciudadanos, sino también, y quizá con mayor apremio, debe ser asumido por los nóveles gobernantes. Para decirlo claramente, la moderación requerida debe ser mutua.

Por eso, se han juzgado como inquietantes las declaraciones que colmaron los titulares de prensa en estos primeros dos meses. Anuncios de reformas significativas y arriesgadas en casi todos los aspectos que componen nuestra sociedad, y que intervendrían los mecanismos más sensibles de la economía, la salud, la educación y el bienestar, podrían haber esperado algo más de tiempo para decantarse de manera oportuna. No es posible que en unas cuantas semanas un ministro, un secretario o un director, logre tener un panorama claro de las acciones más sensatas que puedan llevarse a cabo. Cualquiera que se haya encargado de un trabajo que implique tomar decisiones directivas, por mínimas que sean, sabe que hay una curva de aprendizaje que hay que agotar, y que estrenando puesto no suelen salir bien las decisiones aceleradas e impulsivas, ni los cambios bruscos. Esas prisas son acaso justificadas cuando hay súbitas debacles naturales o acontecimientos inesperados y terribles, aunque aún ante esas dificultades se esperan planes establecidos y una mínima improvisación.

Sin embargo, nada de lo que está sucediendo debe sorprender, o no en exceso. Países con entornos mucho más estables que el nuestro están navegando por aguas turbulentas, observando los efectos negativos de la inflación sobre la calidad de vida de sus habitantes y sumando molestias. Las inquietudes del mercado financiero y los atrevimientos bélicos de Rusia anticipan mayores dificultades. Colombia no es ajena a esos fenómenos. Si a eso le sumamos los líos que nos persiguen hace rato, inseguridad, inequidad, corrupción, narcotráfico, etc. quizá estamos ante el escenario menos propicio para sugerir grandes reformas y revoluciones. Es ahora cuando el gobierno tiene la oportunidad de demostrar su valor y calcular como nunca el curso a seguir, sin cortoplacismo ni aventuras desmedidas.

Fotografía tomada de https://www.unsplash.com

Publicado en El Heraldo el jueves 6 de octubre de 2022

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