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El acuario de Berlín

Sucedió en Berlín la semana pasada. Un enorme acuario cilíndrico de unos 14 metros de altura, que contenía 250,000 galones de agua y más de 1,500 peces tropicales, se reventó inesperadamente durante una madrugada, causando dos heridos y cuantiosas pérdidas materiales. El cilindro de vidrio, que tenía un ascensor en el medio, estaba instalado en el interior del vestíbulo del hotel Radisson Collection y era el principal atractivo de ese conjunto comercial.

Generalmente, los accidentes terminan ocurriendo a pesar de todos los esfuerzos por minimizarlos, aunque la mayoría de las veces esos esfuerzos evitan pérdidas mayores o fatales. Los aviones se caen, los barcos se hunden, las cosas se incendian. Pasado el momento de sorpresa inicial, cuando se ha comprendido el alcance del desastre y se han puesto a salvo a las personas, es razonable hacerse varias preguntas sobre las causas que los desencadenan. Revisiones técnicas y operativas seguramente ocuparán a las autoridades alemanas, quienes con su acostumbrado rigor encontrarán las explicaciones pertinentes y formularán las previsiones que tengan lugar para disminuir las posibilidades de que un hecho así pueda repetirse. Sin duda, varias enseñanzas se desprenderán de tan inusual percance.

Sin embargo, es válido hacerse una pregunta tan sencilla como razonable: ¿qué hacía un gigantesco acuario en las entrañas de un hotel? La incómoda respuesta permite una reflexión sobre las responsabilidades de la arquitectura.

Es difícil establecer un equilibrio entre las aproximaciones racionales a las soluciones arquitectónicas y los atrevimientos formales. Por ejemplo, sería equivalente a juzgar y enfrentar los aportes que hicieron Rogelio Salmona y Zaha Hadid. Sin duda hay grandes diferencias entre la casa de huéspedes ilustres de Cartagena, con su reposada serenidad, y las sinuosas ondas del centro Heydar Aliyev, en Baku; pero lo indiscutible es que el funcionamiento de la primera obra es menos complejo que el de la segunda. Por lo tanto, las propuestas de Salmona suponen más certezas para sus dueños (y de paso, menos costos), sin embargo, también es indiscutible que resulta más icónica la apuesta de Hadid, que es reconocida inmediatamente por medio mundo.

Hace muchos años, un prestigioso arquitecto me comentaba, no exento de radicalismo, que era imperdonable que un edificio impusiera riesgos evitables a sus usuarios y responsables. Desde su punto de vista, lo que se podía hacer con el ladrillo de toda la vida, debería seguir haciéndose así. Nos ocupaba una conversación sobre los proyectos de Calatrava, que han significado enormes dolores de cabeza en cuanto a su mantenimiento y conservación, algunas veces demandando inversiones que rozan en escándalo.

Fruto de esa discusión, que sospecho ancestral, la arquitectura nos ha regalado sus mejores obras, encontrando ocasionalmente ese anhelado punto medio entre lo estético y lo funcional. Sin embargo, me parece que el acuario berlinés quizá traspasó la raya, y que por llamativo que fuese, la respuesta a la pregunta previa es clara: un vestíbulo de un hotel no es un buen lugar para instalar un acuario de 250,000 galones. Es preferible evitar esos excesos.

Fotografía tomada de https://www.unsplash.com

Publicado en El Heraldo el jueves 22 de diciembre de 2022

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