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Es mejor conversar

Hace un año, por estos días, empezó en Colombia el movimiento del paro nacional. Fueron varios meses de incertidumbre, destrucción y violencia que se vivieron con especial dureza en Cali y Bogotá, pero que de alguna u otra forma alcanzó a perturbar a todas las regiones de nuestro país, afectando la mayoría de las gestiones esenciales de la gente. En medio de los estragos que estaba causando la pandemia aquello significó un desgaste tremendo, que cada quién podrá valorar si entregó o no réditos equivalentes.

Motivados por el agresivo despliegue de inconformidad, un grupo de seis universidades —EAFIT, Nacional, Los Andes, Valle, UIS y Norte— con el apoyo del grupo Sura y la fundación Ideas Para la Paz, organizaron una conversación nacional, emulando parcialmente una iniciativa que bajo circunstancias similares se había celebrado en Chile. El proyecto se denominó Tenemos que hablar Colombia, y logró convocar a más de 5 000 interesados en unos espacios de diálogo que contaron con una metodología clara y un equipo de facilitadores y relatores debidamente entrenados para esa tarea. Tuve la oportunidad de participar en uno de esos grupos y de opinar y escuchar las posturas de personas desconocidas, ajenas a mi entorno y escogidas aleatoriamente, en medio de un ambiente cordial y constructivo.

Luego de analizar la información que se recogió en esos encuentros, los responsables de la actividad han publicado los resultados en varios informes que son de libre acceso para todos, de tal forma que cualquiera que los busque en internet los podrá encontrar con facilidad. Vale la pena leerlos y entenderlos, puesto que nos entregan varias pistas sobre lo que piensan los colombianos, y si bien no pueden considerarse como una guía definitiva, si plantean unas ideas generales que conviene atender. El equipo de trabajo resumió en seis mandatos, las principales conclusiones del ejercicio.

Entre esos mandatos, todos con sobrada validez, es notorio el llamado a construir confianza en lo público, e incluso entre los individuos. En las conversaciones que tuvieron lugar quedó en evidencia que los ciudadanos están sumidos en una actitud de desconfianza casi absoluta, que en muchas ocasiones le impone obstáculos significativos a cualquier cosa que se intente colectivamente. Quizá en parte por eso cuesta tanto que algo funcione, porque se inicia desde un escenario en el que se asume que el bien común no es importante para nadie, y que los demás tienen siempre una agenda paralela que beneficiará en forma desmedida sus propios intereses. La necesidad está clara y así lo sustenta lo hallado, lo malo es que construir confianza es extremadamente complejo, lleva tiempo, cuidado y transparencia, unas condiciones que no suelen atraer al político que quiere, y promete, resultados inmediatos.

Como ese, todos los temas resultan de interés. La educación, la cultura y el respeto a la Constitución también surgieron. No es un descubrimiento especial: quien esté en uso de buen juicio preferirá evitar la violencia cuando se pueda; conversar y tratar de ponerse de acuerdo será siempre una alternativa más sensata que expresarse por medio de piedras o bombas molotov. Tan sencillo como eso.

Fotografía tomada de https://www.unsplash.com

Publicado en El Heraldo el jueves 28 de abril de 2022

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