Perfil

La Censura

Un anuncio reciente, que daba cuenta de unas modificaciones incorporadas en las reediciones inglesas de los libros del reconocido autor Roald Dahl, ha propiciado cierto revuelo. Se trata de una especie de limpieza de las versiones originales del autor de clásicos juveniles como Matilda y Charlie y la fábrica de chocolate, en la que se evitan expresiones y situaciones que hoy pueden llegar a interpretarse como ofensivas. Así, tal parece que ya no hay «gordos» ni «feos» en esas versiones de las novelas de Dahl, los Oompa Loompas no tienen género y las brujas son científicas. 

«Roald Dahl no era ningún ángel, pero esta censura debe detenerse», así lo reconoce Salman Rushdie, que alguna autoridad tiene para hablar del asunto. Habrá quien piense que las intervenciones de la editorial Puffin (adscrita a Penguin Random House) no constituyen estrictamente una censura, sino un ligero ajuste para encajar con los tiempos que corren, más incluyentes y cuidadosos. Incluso hay quienes han creído descubrir una sofisticada maniobra de mercadeo en todo este asunto, que ha vuelto a poner la obra de Dahl, aunque sea momentáneamente, bajo los caprichosos reflectores de la atención pública. En cualquier caso, lo cierto es que desde ahora habrá que prestar atención para saber si uno tiene entre manos la versión adulterada o la original.

Leyendo las posturas a favor y en contra de las acciones de la editorial, que de todas maneras se inclinan más hacia el rechazo, recordé un caso similar, acontecido hace más de un año con la novela gráfica Maus, de Art Spiegelman. La junta de un colegio de Tennessee decidió prohibir la lectura de la obra, que narra la historia del padre del autor, un sobreviviente de Auschwitz, por supuestas faltas contra el lenguaje y descripciones de excesiva violencia. No olvidemos que Maus es esencialmente un cómic con personajes antropomorfos, ratones, gatos, cerdos, etc. Spiegelman cuestionó, irónicamente, si entonces se debería enseñar a los estudiantes «un Holocausto más agradable». 

Coincido con esa posición. A los jóvenes conviene mostrarles  las realidades vitales desde temprano, sin crudeza exagerada o morbo inútil, pero con honestidad. La crueldad es una de las características de los seres humanos, y si bien vale la pena educar para evitarla, no se logrará mayor cosa simplemente escondiéndola. El mundo es imperfecto, despiadado e injusto. Si se populariza la tendencia, y nos empeñamos en limar a la fuerza los bordes incómodos de la literatura, o de cualquier expresión artística, terminaremos rodeados de una aburrida mentira.

Fotografía tomada de https://www.unsplash.com

Publicado en El Heraldo el jueves 2 de marzo de 2023

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