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Las dudas del mundial

El próximo domingo 20 de noviembre comienza la Copa Mundial de fútbol de Qatar. A diferencia de lo que ha sucedido en los eufóricos momentos previos a los certámenes anteriores, por estos días se percibe una sensación de ánimo contenido, quizá resultado de las diferentes variables que condicionan el evento. Entre la inusual época de fin de año para su celebración, las consecuencias todavía pendientes de la pandemia, la incomprensible invasión de Ucrania, la tensión económica global y la exótica naturaleza del país anfitrión, muy alejado de las tradiciones futboleras, se han combinado razones sensatas para mermar la expectativa.

No solo es eso. Desde hace tiempo varios medios informativos han llamado la atención sobre violaciones a los derechos humanos por parte de algunos de los actores responsables de la organización del Mundial. A ese reclamo se han sumado unos cuantos jugadores de varios países y, notoriamente, la selección nacional de Dinamarca, aunque a estas alturas esas leves escaramuzas ya no tienen mayores consecuencias. Lo cierto es que hay dudas razonables, sustentadas en datos preocupantes, sobre el tratamiento a los trabajadores migrantes durante el proceso de construcción de los fastuosos estadios y las demás infraestructuras de apoyo para el desarrollo de la competición. El asunto resulta incómodo, cuando menos. En una línea similar, el régimen del gobierno qatarí —un emirato absolutista— no parece ser muy compatible con ciertas libertades y expresiones a las que están acostumbrados en Occidente, aunque esta situación no puede sorprender a nadie y se sabía desde antes de la designación del país árabe como sede. 

Adicionalmente, para completar el pastel, también hay notables incongruencias conceptuales. Se dice que los ocho estadios, firmados por estudios de arquitectura de primer nivel, son un ejemplo de sostenibilidad ambiental y presumen de un despliegue de técnica sin precedentes. Sin embargo, ninguna campaña de relaciones públicas puede ocultar que, en realidad, el estadio más sostenible que se puede concebir es precisamente el que no se tiene que construir, el que ya existe: no será vertiendo millones de toneladas de concreto y acero en el desierto como se van a moderar los estragos de la actividad humana.

Al final, la gruesa chequera petrolera se encargó de limar cualquier escrúpulo progresista. Por mi parte, considero que la escala y las demandas asociadas a la celebración de un Mundial de futbol se han salido de toda proporción y espero que al menos ya nos empecemos a dar cuenta del disparate. Qatar se ha gastado más de 200 billones de dólares para ser sede de este Mundial, una cifra casi veinte veces mayor que la que desembolsaron los brasileños y los rusos en su momento. No se entiende y no se justifica. Por eso remato con una frase que publiqué en este espacio hace ocho años, y que tiene renovada vigencia: no olvidemos que la magia del fútbol no depende de estadios espectaculares, depende de la entrega y habilidad de veintidós jugadores, que pueden jugar maravillosamente tanto en el Maracaná (o en el estadio Lusail), como en una cancha de barrio. Para eso no se necesita tanto. 

Fotografía tomada de https://www.unsplash.com

Publicado en El Heraldo el jueves 17 de noviembre de 2022

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