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Mejor que hablen

A mediados del año pasado, en medio de las complicaciones derivadas de la pandemia, con un ambiente que estaba todavía exacerbado por la conmoción que significó y que propiciaba un entorno en el que al parecer no era posible dialogar, sino insultar, gritar y no escuchar, el periódico inglés The Guardian decidió hacer un ensayo. La idea general consiste en sentar en una mesa a dos supuestos antagonistas para que conversen mientras cenan en un buen restaurante y revisan si sus diferencias eran tan críticas como se anticipaban.

El proyecto está activo y la invitación permanece abierta para todos (si algún lector lo quiere revisar se denomina dining across the divide, lo que se podría traducir como «cenando entre las diferencias»). El único requisito consiste en diligenciar un formulario en línea en el que se describen los puntos de vista que, a juicio de los responsables de la idea, suscitan las disputas más notorias. El uso obligatorio de mascarillas, las posturas frente al Brexit, la familia real, la inmigración e incluso opiniones sobre la conveniencia de remover algunas estatuas históricas, entre otros asuntos, componen el breve cuestionario que facilita la selección de los comensales. Usualmente, porque la política es ineludible, se escogen personas pertenecientes a los dos partidos más importantes del Reino Unido, Laboristas y Conservadores. Desde luego, un periodista observa el desarrollo del encuentro y redacta una crónica que se publica semanalmente en el periódico. Los resultados son tan interesantes como reveladores.

Recordé esa experiencia durante las últimas semanas, viendo algunas reuniones y fotos de nuestros dirigentes que se antojaban imposibles hace unos cuantos meses. Me cuesta entender que haya ciudadanos, sin duda ubicados en los extremos más nefastos, que encuentren problemáticos esos encuentros y los consideren como actos de traición o falsedad, o que limiten los intentos de acuerdo a negociaciones turbias en las que solo importan algunos intereses particulares. Algo de eso habrá, no es necesario ser tan ingenuos, pero por encima de todo, lo verdaderamente relevante es que por un momento se dejan de lado los ataques, las calumnias y los señalamientos primarios, para intentar encontrar aquellos puntos en común que faciliten una convivencia más civilizada. No se trata de convencer al opositor en todos los argumentos, no hay que convertir a nadie, con que se eviten la vulgaridad y los comportamientos rastreros probablemente sea suficiente.

Yo prefiero ver a Petro conversando con los ganaderos, firmando acuerdos y dándose la mano, a que se agredan como adolescentes furiosos contagiando a la opinión pública de una violencia que sobra. Me parece esperanzador ver a Uribe convocando al presidente para revisar los temas más difíciles de su gestión, bajándole la temperatura a una disputa pueril que nos ha costado mucho. Ojalá que así suceda con frecuencia, que hablen todo lo que quieran, que revisen sus posturas, que actúen como seres racionales. Un día de estos me gustaría invitarlos, como hicieron los ingleses, a que exploren sus diferencias con buen ánimo sobre un plato de comida. Eso sí, en un restaurante modesto.

Fotografía tomada de https://www.unsplash.com

Publicado en El Heraldo el jueves 13 de octubre de 2022

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