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Presidentes y Twitter

No es buena idea aferrarse con terquedad a las costumbres y usos del pasado. Manteniendo la observación de las normas elementales de la decencia y el respeto, lo aconsejable es adaptarse y sacar provecho de las innovaciones y de los cambios sociales. Por eso, hoy nadie encuentra práctico escribir una columna con una máquina de escribir, ni enviar un telegrama para notificar un asunto urgente. Tales cosas pasarán por excentricidades que pueden ser cómicas, pero sin duda inconvenientes.

A mediados del siglo pasado, Gesualdo Bufalino afirmó que la vejez comienza el día en que, en lugar de escribirle a una mujer, le telefoneamos. Se refería, presumo, a la evasión perezosa del esfuerzo que supone escribir, criticando así la inmediatez del novedoso teléfono. En el campo amoroso, o en las triviales relaciones cotidianas, no parece tan grave dejarse llevar por los afanes y la comodidad, no trasciende. 

Sin embargo, las responsabilidades asociadas al poder reclaman un cuidado mayor. Se dice que Churchill, uno de los grandes oradores de la historia, le dedicaba una hora de trabajo a cada minuto de sus discursos, y la mayoría de las veces leía sus intervenciones en lugar de entregarse a la improvisación. Las precauciones nunca sobran, especialmente en medio de conflictos o momentos de importancia: lo que se quiere decir se tiene que decir bien, con claridad, sin ambivalencias ni espacio para conjeturas.

Desde hace rato encuentro inexplicable que buena parte de los líderes democráticos se arriesguen a escribir cualquier cosa en sus redes sociales, eludiendo los mecanismos de la moderación. El peligro es evidente. Un presidente también es una persona, así que puede encontrarse acudiendo a su teléfono para ventilar sus emociones en directo en un momento de cansancio, rabia o de frustración, y ya sabemos que unos cuantos trinos desafortunados pueden salir muy caros. Trump y Bolsonaro lo vivieron en carne propia, con consecuencias que superaron el ciberespacio y propiciaron sufrimiento real. ¿Hasta qué punto es recomendable que un presidente trine lo que quiera y cuando quiera?

Presidir un país no es un concurso de popularidad ni un reality. Se trata de hacerse responsable, por un periodo de tiempo, de un conjunto siempre heterogéneo de personas e intereses, una labor que ya es supremamente complicada. Flaco favor le hace a esa tarea sumarle erupciones de inexactitud y posiciones viscerales. Un mandatario que se valore debería escoger canales de comunicación equivalentes con su dignidad y salirse del barullo digital, que tanto enloda. 

Fotografía tomada de https://www.unsplash.com

Publicado en El Heraldo el jueves 9 de febrero de 2023

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