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Una idea sensata

A estas alturas todos tienen la convicción, más o menos clara, de que algunas de las actividades humanas están afectando las variables ambientales del planeta. Fenómenos como las recientes olas de calor y las sequías que continúan asolando a los Estados Unidos y Europa, parecen comprobar los augurios que anunciaban esas complejas dificultades, anticipando medidas que desmejorarán el estilo de vida de muchas personas. Si a eso se le suman las angustias que sobreviven por la pandemia, las posturas beligerantes de ciertas potencias militares y los sobresaltos políticos que siempre acompañan las tribulaciones sociales, se configura una mezcla de frustración, rabia, fastidio y miedo que puede desembocar en más inestabilidad y revueltas. Nada que no haya pasado antes. Por eso, es valioso rescatar las ideas sensatas que procuran contribuir al alivio de la presión desde cualquiera de sus causas, sin alardes ni tribunas desmedidas, propiciando aproximaciones pragmáticas a algunos de los problemas que nos acosan. 

En los Países Bajos, una empresa emergente ha desarrollado un sistema de barrera para controlar el vertido de plásticos al océano. Se trata de The great bubble barrier (TGBB), que podría traducirse como «La gran barrera de burbujas», y sus primeros resultados son prometedores. La idea es sencilla. Uno de los inconvenientes que presenta el reto de recoger los plásticos que viajan desde los ríos a los mares, consiste en las interferencias que un cedazo tradicional puede tener con las embarcaciones y la fauna. Podríamos instalar mallas gigantescas que recojan los desperdicios, pero esos elementos impedirían la navegación y el tránsito de animales, quizá provocando más daño que bien. Ante esta dificultad, el equipo de TGBB encontró una solución plausible, que consiste, como ya han podido adivinar, en implementar una barrera de burbujas (expulsadas por un tubo perforado en el lecho del río), dispuesta en línea diagonal en el cauce y coordinada con la corriente, para que los plásticos se desvíen hasta unos colectores dispuestos en una de las orillas. Las burbujas no impactan ni a los barcos ni a los peces, pero logran capturar buena parte de los residuos.

Las pruebas que se han llevado a cabo en los canales de Ámsterdam, en el Oude Rijn y en la planta de tratamiento de Wervershoof han comprobado que, por ahora, el sistema logra capturar partículas de hasta un milímetro de tamaño y un 90% de todo el material plástico. Próximamente se instalará una barrera en el río Ave, cerca de Oporto, la primera que se implementará fuera de los Países Bajos. Desde luego, este tipo de soluciones no son definitivas ni totales, pero constituyen un importante componente del portafolio de acciones que se necesitará desplegar (moderar el consumo, reciclar lo recolectado, innovar en la composición del plástico, etc.), para contener las huellas de nuestras acciones de una manera racional. 

Más que seguir saturando el entorno con gestos simbólicos y exagerados que quizá ya cumplieron su incierto cometido inicial, son este tipo de iniciativas, surgidas desde las mesas de diseño de activistas comprometidos con proyectos que pueden realmente mitigar el impacto sobre el medio ambiente, las que marcan el rumbo del desarrollo. Vale la pena destacarlas.

Fotografía tomada de https://www.unsplash.com

Publicado en El Heraldo el jueves 11 de agosto de 2022

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