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Manuel Eduardo Moreno Slagter

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ACERCA DE MÍ Arquitecto con estudios de maestría en medio ambiente y arquitectura bioclimática en la Universidad Politécnica de Madrid. Decano de la Escuela de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la Universidad del Norte. Defensor de la ciudad compacta y densa, y de las alternativas de transporte sostenible. Coleccionista de música.

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El ajedrez

Durante los últimos meses he descubierto las bondades del ajedrez. No es que no me haya percatado de su existencia, creo que casi todo el mundo ha oído mencionar el juego alguna vez y sabe, más o menos, de qué se trata; sino que, también, como casi todo el mundo, no le había prestado mayor atención. Guiado por mi abuelo paterno, quien me infligió en la niñez un inolvidable mate pastor (todavía lo recuerdo con inusual claridad), muy joven conocí las reglas fundamentales, los movimientos de las piezas y su propósito, pero poco más. Fueron necesarias unas conversaciones recientes con Von Furstenberg para despertar un novedoso interés, que encontró sustento en el encierro pandémico y en las facilidades que brinda internet.

No soy un buen jugador, ni siquiera uno aceptable, pero incluso desde un desempeño y una comprensión mediocre, he podido hallar solaz al repasar los mecanismos de ese juego milenario. Sirvió mucho encontrar los entretenidos videos de Leontxo García, quien quizá es la persona más cultivada sobre el tema en la lengua española y sin duda uno de sus grandes promotores. Sus contenidos terminaron por convencerme de su valor.

Varias cosas llaman la atención. Primero, lo obvio: el ajedrez es un juego en el que el azar es prácticamente inexistente. Eso no es menor, porque significa que es muy difícil culpar de las derrotas a alguien, o a alguna circunstancia, lo cual suele ser muy común en otras actividades. Cuando un jugador pierde un partido no podrá decir que influyó el árbitro, o que le hicieron trampa, o que tuvo mala suerte. Cuando se pierde en el ajedrez es porque el adversario jugó mejor, y punto. Por eso, se dice que quien más aprende en una partida es precisamente el derrotado. Tras caer, vale la pena preguntarse ¿Qué hice mal? ¿Cómo puedo mejorar? ¿Dónde me equivoqué?, configurando así un provechoso ejercicio de autoanálisis que lleva, bien dirigido, a un perfeccionamiento continuo del pensamiento crítico. Sin chivos expiatorios, sólo queda la mirada frente al espejo y saber perder.

Desde luego, hay otros beneficios. Algunos estudios indican que su práctica regular puede prevenir o al menos retrasar la aparición de algunas enfermedades mentales que acosan durante la vejez, especialmente el Alzheimer. Igualmente, se ha podido comprobar que, para las personas con excesiva timidez, jugar ajedrez es una terapia que les permite estar relativamente cómodos e iniciar una comunicación especial con sus rivales sin ser necesario el uso inicial del lenguaje ni el contacto. Incluso, poco a poco se va entendiendo que puede ser una herramienta para la formación en valores desde muy corta edad, una metodología que algunas instituciones preescolares en Latinoamérica ya están ensayando con pequeños desde los dos o tres años.

En estos tiempos, en los que el éxito tiene tantas interpretaciones y hemos ensalzado a algunos deportistas como modelos para muchos jóvenes —algo que no siempre es bueno como lo demuestran los desatinos de Djokovic— conviene buscar asideros en actividades que dejen enseñanzas positivas y moderen el comportamiento. El ajedrez no tiene la fórmula milagrosa, pero puede ayudarnos a ser mejores personas.

Fotografía tomada de https://www.unsplash.com

Publicado en El Heraldo el jueves 20 de enero de 2022