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Manuel Eduardo Moreno Slagter

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ACERCA DE MÍ Arquitecto con estudios de maestría en medio ambiente y arquitectura bioclimática en la Universidad Politécnica de Madrid. Decano de la Escuela de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la Universidad del Norte. Defensor de la ciudad compacta y densa, y de las alternativas de transporte sostenible. Coleccionista de música.

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El viejo malecón

El título de esta columna puede confundir al lector. Es posible que llegue a creer que me estoy refiriendo al emblemático malecón de La Habana, cuya construcción comenzó a principios del siglo pasado, o a La Rambla uruguaya, que bordea la costa del Río de la Plata en Montevideo y que también data de esa época. Sería relativamente improbable que piense que escribo sobre algún espacio barranquillero. Es lógico, uno no podría denominar como «vieja» a una estructura que no contara sus años en décadas, acaso siglos, y aquí no tenemos muchas cosas con tales características. Sin embargo, en nuestra ciudad ese adjetivo lo podríamos usar para nombrar al malecón que se construyó en la isla de La Loma y que fue puesto en servicio en diciembre de 2012, hace menos de siete años. Es tal su grado de abandono y deterioro, que para diferenciarlo del proyecto similar que se construye desde el centro de convenciones Puerta de Oro, podríamos llamarlo de esa manera: el viejo malecón.

Aunque es un fenómeno que viene ocurriendo en ese lugar desde hace un par de años, hace unos días se viene difundiendo una noticia sobre la formación de un islote en la orilla del viejo malecón. Al parecer el curso del río, tan cambiante, ha propiciado que se acumule una espesa capa de material vegetal que ha logrado alejar el agua, inutilizando los pequeños muelles que en su momento se habían habilitado y ofreciendo una vista que ciertamente es diferente de la que podía disfrutarse durante sus primeros años de funcionamiento. Algunas voces se han levantado pidiendo pronta intervención, temiendo que se pueda llegar a un estado en el que sea imposible, o demasiado costoso, recuperar lo perdido. Desde luego es necesario hacer algo al respecto, no tiene perdón que se pierda semejante esfuerzo, ni siquiera que se devalúe. Nuestra economía no está para despilfarros.

Sin embargo, vale la pena preguntarse qué está pasando. Uno quiere creer que cuando se planteó el proyecto original se tuvieron en cuenta todos los factores, o al menos los más importantes. Es sensato suponer que el análisis del comportamiento y de las características del río Magdalena, algo que podemos rotular como fundamental para una obra que está en permanente contacto con sus aguas, debió hacer parte de los estudios que la acompañaron. En el peor de los casos se deberían tener algunas acciones dispuestas para este tipo de situaciones, un control permanente sobre la «tarulla», si es que esto es posible; que alguna entidad se preocupe realmente por lo que le pasa al río, a sus orillas, a las inversiones que se hacen en su entorno.

Creo que todo esto, de nuevo, nos recalca la importancia que tiene para Barranquilla contar con la posibilidad de tomar decisiones estudiadas, incluso autónomas, sobre esta emblemática arteria fluvial. Debemos exigir de una vez por todas el establecimiento de una autoridad única y local que desanude el galimatías legal que rige el río, pero sobre todo, que pueda actuar oportunamente.

Fotografía tomada de https://www.pexels.com

Publicado en El Heraldo el jueves 30 de mayo de 2019