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Manuel Eduardo Moreno Slagter

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ACERCA DE MÍ Arquitecto con estudios de maestría en medio ambiente y arquitectura bioclimática en la Universidad Politécnica de Madrid. Decano de la Escuela de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la Universidad del Norte. Defensor de la ciudad compacta y densa, y de las alternativas de transporte sostenible. Coleccionista de música.

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Los antivacunas

Tuve algunas reservas sobre la mejor forma de denominar al conjunto de personas que, teniéndolas a la mano, no ha querido ponerse la vacuna contra la covid-19. Desde hace rato creo que no es buena idea categorizar tan tajantemente a ciertos contingentes, puesto que tal tipo de señalamientos es el primer paso hacia la discriminación, malos tratos y cosas peores. Sin embargo, por practicidad me referiré a ellos como los antivacunas, aunque en ese grupo quepan algunos individuos que dejan de lado actitudes militantes para albergar dudas razonables y temores que podrían disiparse con paciencia y una buena explicación. También están, claro, los radicales que se niegan tajantemente y especulan sobre conspiraciones fantásticas e inverosímiles. Con ellos hay mayores incertidumbres.

Sería necio ignorar lo que está pasando en las sociedades más desarrolladas de Occidente ante la nueva ola de la pandemia que ha impulsado la variante ómicron. Las noticias que llegan desde Europa son ciertamente inquietantes. En Alemania un movimiento extremo, Sajones Libres, estaba planeando un atentado contra el primer ministro del Estado de Sajonia, como una reacción ante las medidas sanitarias que se han impuesto en ese país para contener el avance del virus. Los Países Bajos, Bélgica y Austria, han visto sus calles tomadas por protestas callejeras que no han estado exentas de violencia, fomentadas por grupos de personas que están en contra de la vacunación obligatoria y de cualquier directriz que intente regular la circulación de quienes no están dispuestos ni a vacunarse, ni a restringir sus supuestas libertades.

Esos grupos, los antivacunas, han llegado a comparar este momento de la historia con el que propició la persecución a los judíos europeos durante la primera mitad del siglo pasado. En Austria, en las protestas mencionadas, los participantes llevaban estrellas de David amarillas con el lema «no vacunado», haciendo una demencial alusión a los horrores que se vivieron en aquellos tiempos, victimizándose de cierta manera y acudiendo a uno de los recuerdos más terribles del viejo continente. Un recurso vil, que de paso irrespeta la memoria de las millones de víctimas del Holocausto y de las infamias Nazis. La Unión Europea ha recomendado tomar las medidas que sean necesarias para contener la proliferación de estos fenómenos, llegando hasta donde los límites legales lo permitan, pero dejando claro que no se pueden aceptar posiciones blandas ante tales disrupciones. Ciertamente hay cosas con las que no se puede jugar.

Es muy difícil entender ese tipo de reacciones. Se ha calculado que en Europa todavía hay unas 150 millones de personas que no se han vacunado a pesar de que hay abundancia y facilidad. Eso no parece importar, los antivacunas persisten. Seguramente durante los próximos años, los estudiosos del comportamiento de los seres humanos redactarán miles de tesis sobre lo que la pandemia nos enseñó, sobre cómo existieron legiones de individuos que no estuvieron dispuestos a ceder en lo mínimo, a quienes no les importó poner en riesgo a todos; sobre el egoísmo y la soberbia. Así somos, todavía hay quienes creen que la tierra es plana.

Fotografía tomada de https://www.unsplash.com

Publicado en El Heraldo el jueves 23 de diciembre de 2021