RESUMEN


Manuel Eduardo Moreno Slagter

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ACERCA DE MÍ Arquitecto con estudios de maestría en medio ambiente y arquitectura bioclimática en la Universidad Politécnica de Madrid. Decano de la Escuela de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la Universidad del Norte. Defensor de la ciudad compacta y densa, y de las alternativas de transporte sostenible. Coleccionista de música.

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NIMBY

En los años ochenta se acuñó en los Estados Unidos la expresión not in my backyard —NIMBY— que puede traducirse en español como «en mi patio no». El acrónimo fue utilizado para describir una situación en la que una determinada comunidad se opone al desarrollo de un proyecto de infraestructura, no porque esté en contra de su implementación per se, sino porque se va a ejecutar en su entorno cercano.

Lo vemos frecuentemente. Por ejemplo, cualquiera de nosotros prefiere tener una buena señal de celular, pero ninguno quiere tener cerca esas molestas y a veces intimidatorias antenas; o estamos de acuerdo con que se amplíe y mejore la cobertura eléctrica, pero siempre y cuando las subestaciones y las horribles torres de conducción estén alejadas de nuestros vecindarios.

Son situaciones muy difíciles de manejar, dado que en algunas circunstancias los reclamos tienen validez y efectivamente ciertas intervenciones pueden transformar la naturaleza de los lugares. Aeropuertos, hospitales, centros comerciales, carreteras, ese tipo de desarrollos traen consigo dinámicas urbanas que no siempre son predecibles. No es que esas nuevas dinámicas se deban catalogar como buenas o malas, eso dependerá de las circunstancias particulares de cada caso y de cada quien, pero sin duda generan choques y resistencia. Lo que beneficia a unos puede afectar a otros.

En un sector de Villa Campestre está pasando algo así. Desde hace años, buena parte de los habitantes de esa urbanización han venido manifestándose en contra del proyecto de la nueva circunvalar. Por supuesto, esa carretera les cambiará el entorno inmediato, pero también es cierto que facilitará la conectividad para muchas más personas, bienes y servicios, ofreciendo nuevas posibilidades de progreso para varias zonas de nuestro departamento. En este caso la incomodidad y el trastorno les tocó a ellos, y eso es algo que en la evolución de las ciudades siempre puede suceder.

Una ciudad no es nunca un proyecto terminado. Todo cambia, fluye de acuerdo al mercado, a las nuevas tecnologías y a los fenómenos económicos. Pero esas incertidumbres se compensan con lo que las urbes ofrecen: cercanía de servicios, convivencia, relaciones sociales y oportunidades de trabajo; por eso es tan difícil obtener el equilibrio entre la relativa tranquilidad y la conveniencia. En la mayoría de los casos tenemos que escoger y balancear ambas posibilidades y sus variaciones, es parte del precio que se paga por vivir en aglomeraciones urbanas.

Lo que no puede suceder, es que los proyectos de infraestructura afecten de forma desmedida la cotidianidad de los vecinos. En ese sentido, son inaceptables los impactos que están sufriendo las personas que residen en Villa Campestre, casi todos evitables desde el punto de vista del desarrollo de las obras y de su alcance. No es posible que después de todo este esfuerzo, queden algunas vías peor que antes. Una cosa es que el barrio viva las transformaciones derivadas de la intervención, otra es que innecesariamente se deteriore su calidad de vida. Es imperioso que las autoridades actúen para defender a los ciudadanos que están siendo vulnerados más allá de lo razonable.

Fotografía tomada de https://www.unsplash.com

Publicado en El Heraldo el jueves 1 de julio de 2021