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Manuel Eduardo Moreno Slagter

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ACERCA DE MÍ Arquitecto con estudios de maestría en medio ambiente y arquitectura bioclimática en la Universidad Politécnica de Madrid. Decano de la Escuela de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la Universidad del Norte. Defensor de la ciudad compacta y densa, y de las alternativas de transporte sostenible. Coleccionista de música.

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Por un gesto

Ojalá el caso de Emmanuel Cafferty se resuelva y que consiga un trabajo digno, como el que tenía.

La historia de Emmanuel Cafferty merece mayor difusión. Se trata de un trabajador que estaba vinculado a la empresa de electricidad y gas de San Diego (SDG&E), en los Estados Unidos, y que fue despedido de su trabajo por un gesto.

Lo que sucedió fue lo siguiente: al final de una jornada, mientras Emmanuel conducía de regreso a su casa en una camioneta de la empresa, sacó la mano por la ventanilla y empezó a jugar con el viento, chasqueando los dedos desprevenidamente. En una parada de semáforo, otro conductor advirtió algo que consideró ofensivo en la disposición de los dedos de Cafferty, por lo que sacó su celular y le tomó una foto. Inmediatamente publicó un mensaje en Twitter, mencionando a la SDG&E, en el que denunciaba que uno de sus empleados era racista, acompañando su afirmación con la foto que he mencionado. A las pocas horas Cafferty fue suspendido sin derecho a paga, y tres días después se había quedado definitivamente sin trabajo. El gesto que ofendió a aquella persona fue el que se hace juntando el pulgar con el índice, dejando a los otros tres dedos extendidos, un símbolo que se entiende como «OK» en casi todo el mundo. Cafferty no sabía —ni yo, ni probablemente la gran mayoría de los lectores— que ese inofensivo gesto había sido apropiado por los supremacistas blancos de los Estados Unidos. Eso bastó para que lo tildaran de racista militante y que lo despidieran.

Los alegatos de Cafferty fueron en vano. No importó que no tuviese ningún antecedente de comportamientos racistas y que fuese además hijo de una inmigrante mejicana. Aunque en algunas redes sociales se pueden encontrar algunos tímidos intentos por llamar la atención sobre este atropello, nada parece indicar que le sea devuelto su trabajo. Supongo que a algunos les parecerá que se lo ganó, o que ha debido ser más cuidadoso, o hasta que tuvo mala suerte y fue una víctima colateral, pero en realidad nada justifica lo que ha sucedido. No me parece que el camino que nos lleve a ser una sociedad menos racista o discriminatoria tenga que estar pavimentado por la persecución y el miedo.

Es muy peligroso aceptar este tipo de situaciones solo porque quienes las propician, o presionan lo suficiente para forzarlas, persiguen una causa que podemos calificar como válida. Nadie puede dudar sobre lo dañino y bárbaro que resulta el racismo. Sin embargo, mediante una feroz y violenta intimidación se está pretendiendo callar a cualquier voz que no esté en armonía con la tendencia de turno, aunque ni siquiera se comprueben la pertinencia y veracidad de los reclamos, y aunque se cometan injusticias. La paradoja es evidente. Ojalá el caso de Emmanuel Cafferty se resuelva y que consiga un trabajo digno, como el que tenía. Pero si eso no pasa, que al menos nos sirva de advertencia para evitar caer en esas terribles prácticas, de las que ninguno estará nunca completamente a salvo.

Fotografía tomada de https://www.unsplash.com

Publicado en El Heraldo el jueves 30 de julio de 2020