RESUMEN


Manuel Eduardo Moreno Slagter

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ACERCA DE MÍ Arquitecto con estudios de maestría en medio ambiente y arquitectura bioclimática en la Universidad Politécnica de Madrid. Decano de la Escuela de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la Universidad del Norte. Defensor de la ciudad compacta y densa, y de las alternativas de transporte sostenible. Coleccionista de música.

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Ver para creer

Cada vez que inicio la redacción de una columna suelo revisar las aproximaciones que ya he publicado sobre lo que pienso exponer. Al sumar casi ocho años escribiendo en este espacio es inevitable que se repitan temas, por lo tanto, la tarea no está libre de dificultades. Es importante no aburrir al lector. Sin embargo, ciertas cosas parecen reclamar toda la atención posible y cuesta mucho no insistir. Por eso, me referiré de nuevo a un asunto que he tocado en columnas anteriores, aclarando, por si acaso, que no tengo ningún interés particular en ello. Mi opinión es libre y personal.

Esta semana se anunció con mucho despliegue la recuperación de la empresa Triple A, que pasará a ser controlada por el Distrito al obtener el 65% de sus acciones. Eso en principio suena bien, o cuando menos no parece nada extraordinario: es normal, aquí y en muchas partes del mundo, que las empresas que prestan servicios públicos sean públicas. Sin embargo, conviene no olvidar las circunstancias que llevaron a la privatización parcial, no solo del servicio de acueducto, aseo y alcantarillado de nuestra ciudad, sino de todos los demás.

Pude vivir, a finales del siglo pasado, lo que significó el colapso de las Empresas Públicas Municipales de Barranquilla, que tras décadas de servicio ejemplar pasaron a convertirse en un botín político que era explotado sin vergüenza. El agua que salía por los grifos era tóxica, el suministro irregular, la atención inexistente. Lo mismo sucedía con la recolección de basura y con el alcantarillado, nada funcionaba y todo se hundía gracias a los continuos robos y mangualas de la mano de quienes tenían el poder en ese entonces. Al surgir la posibilidad de levantar la empresa, de expedir acciones y empezar de cero, la ciudad lo celebró y la ciudadanía respondió.

Estábamos realmente tocando fondo. Sumado a los problemas del agua, los teléfonos no servían, la luz se iba con mucho más frecuencia que ahora, y no parecía haber forma de componer el camino. Fue entonces cuando los inversionistas privados propiciaron una complicada salida, que poco a poco permitió encontrar algo de dignidad para los barranquilleros. Y así fue. La historia nos demostró que era posible contar con un buen acueducto y en poco tiempo todo mejoró. Se pudo tomar agua sin temor. Simultáneamente, debido a procesos similares, los teléfonos daban «tono» y el servicio de energía comenzó a entregarnos menos dolores de cabeza. Eso es lo que no podemos olvidar: que en manos de las administraciones públicas se plantean grandes tentaciones asociadas a manejos corruptos. Es relativamente fácil. Hay quienes ya tienen gran habilidad para amañar contratos, para declarar excepciones y responder favores, para agilizar trámites y cobrar por eso, y otro sinfín de prácticas opacas que acosan al mundo público y lo entorpecen. Todo está inventado.

Desde luego, vale la pena entregarle un voto de confianza inicial a quienes tendrán en sus manos el enorme reto de mantener y mejorar la credibilidad de esa empresa. Triple A ha logrado mucho, pero no podemos pecar por ingenuos. ¿Seremos capaces de administrar una empresa pública con transparencia e integridad? Ojalá. Ver para creer.

Fotografía tomada de https://www.unsplash.com

Publicado en El Heraldo el jueves 9 de diciembre de 2021