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Desierto de La Tatacoa, bajo la lupa de científicos colombianos

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29 ene 2019
Al desierto de La Tatacoa (Huila) han llegado científicos de la paleontología desde hace más de 100 años, atraídos por la cantidad de restos fósiles que sin mucho esfuerzo se encuentran en los 330 kilómetros cuadrados que componen la segunda zona más árida del país, que aunque le llaman desierto su ecosistema es un bosque seco tropical.
En el municipio de Villavieja, que tiene la jurisdicción sobre la zona en cuestión, más exactamente en la vereda La Victoria se escucha a los habitantes hablar de la vez que vinieron los japoneses y los fósiles que se llevaron. Parece una parte importante de la historia del lugar, y sí que lo es. Gracias a la viveza de estos científicos asiáticos, que recolectaron y compraron a tutiplén restos fósiles que nunca más regresarían al país, la comunidad se percató de que algo valían las piedras que reposaban en sus casas como adornos o cachivaches curiosos. Poco a poco entendieron que el valor no es económico, y tiene más que ver con la herencia que reciben de esta tierra que habitan.
El 7 de enero de este año, un grupo de científicos, en su mayoría colombianos, arribó al lugar para empezar a cambiar esa estadística actual que indica que los extranjeros saben más de las especies que habitaron esta zona —que hace entre 16 y 13 millones de años era un bosque húmedo tropical que albergaba las condiciones propicias para múltiples especies de flora y fauna— que los propios colombianos.
¿Por qué tardaron tanto en llegar? El geólogo Carlos Jaramillo, investigador del Smithsonian Institute of Tropical Research y quien lidera el equipo de casi 50 personas que conforman la expedición, dice sin tapujos que por mucho tiempo fue un lugar desconocido para ellos, del que casi no se tenía referencia en la academia nacional, pero ahora el país cuenta con una masa crítica de profesionales que están haciendo ciencia de categoría internacional en este campo, por lo que se dan las circunstancias idóneas para investigar a profundidad el lugar.
“Este sitio es increíble en términos de su riqueza paleontológica y que las rocas están expuestas: podemos seguir una misma capa por kilómetros. Es un sitio único en Colombia. No hay nada ni siquiera cercano, de esa magnitud, en todo el trópico, ni en Asia, África o Sur América. Es una oportunidad única para entender cómo funciona el trópico, sus bosques y cómo han cambiado como respuesta a grandes cambios en el clima”, explica Jaramillo, profesor honorario de Uninorte.
Dentro de la delegación de científicos cuatro de estos son de Uninorte: Jaime Escobar, ingeniero ambiental doctor en Ecología Paleoclima, quien se encarga de estudiar muestras de paleosuelo y análisis isotópicos de los fósiles con miras a entender el clima del periodo en que habitaron las especies encontradas y su dieta; Camilo Montes, geólogo estructural que en la expedición se encargó de dirigir la cartografía, el mapa geológico, que le sirve a los demás investigadores para guiar la búsqueda de fósiles e identificar periodos de tiempo; Aldo Rincón, paleontólogo experto en mamíferos fósiles, uno de los mejores colectores en campo, que en esta ocasión se enfocó en buscar patas de ungulados (mamíferos con pezuñas) que podrían estar relacionados con los caballos actuales, pues durante mucho tiempo se ha pensado que los mamíferos ungulados que habitaron en Sur América en el pasado no tienen relación con los caballos que más tarde trajeron los europeos al continente; y Jorge Moreno, estudiante del doctorado de Ciencias del Mar, especialista en cocodrilos fósiles, quien se encargó de recolectar una especie de cocodrilo parecido al gavial actual de India.
A ellos se sumaron cuatro estudiantes del programa de Geología, quienes trabajaron mano a mano con expertos de gran trayectoria en este campo profesional. Estefanía Gómez, de quinto semestre, recuerda que al principio sentía temor por estar al lado de profesionales tan reconocidos, pero luego aprovechó todas las oportunidades para aprender al máximo. Encontró fósiles de dientes de peces y vertebras de serpientes, vivió de cerca las caminatas interminables que se requieren para hacer una cartografía, o experimentó la labor minuciosa que exige extraer un fósil sin dañarlo y conservar su contexto. Cosas que le ayudaron a confirmar el amor por la carrera que eligió estudiar hace dos años.
Todos saben que este apenas es el principio de años de investigación en laboratorio, de horas incesantes de búsqueda en la literatura científica para clasificar correctamente las piezas encontradas en las dos semanas que estuvieron en campo, a temperaturas que alcanzaban los casi 40º —pero que se sienten por lo menos a 60—.
En ese tiempo encontraron pistas para las preguntas generales que guiaron el trabajo, como identificar el momento en que se formó la cordillera oriental y lo que esto influyó en el cambio de las condiciones del ecosistema al cerrar la conexión que existía con el Amazonas; entender cómo y cuándo se formó el río Magdalena, que nace cerca de la zona; o cómo afectó el calentamiento global que se presentó hace entre 16 y 13 millones de años, que presentaba condiciones ambientales similares a las que se proyectan para dentro de unos 100 años.
Todas las investigaciones que se desarrollen se harán con la participación activa de los Vigías del Patrimonio de La Victoria, un grupo de jóvenes de la vereda que casi a diario recolecta fósiles y que, en parte, fueron los culpables de que esta expedición se llevara a cabo.
“Han sido compañeros de lo que estamos haciendo. Y es la primera vez que los fósiles que se colectan no se sacan de la región; se van a quedar aquí en la colección del museo de Historia Natural de la Tatacoa. Espero que haya investigación aquí por lo menos por los próximos 200 años, porque el material así lo amerita”, dice Jaramillo, y destaca lo que ocurre con los vigías como un ejemplo único de cómo la comunidad se puede apropiar de su herencia natural.
Por Jesús Anturi
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