Carlos Javier Velásquez Muñoz

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TITULO Profesor e Investigador Asociado de Tiempo Completo en la División de Derecho, Ciencia Política y Relaciones Internacionales.

ACERCA DE MÍ Doctor en Derecho, Universidad de Salamanca (España), Magister en Derecho Ambiental, Universidad del País Vasco (España), Especialista y Postgraduado en Derecho Ambiental y Administrativo. Con cursos de Postgrado en Derecho Urbano y Comunitario Europeo. Investigador en Derecho Público, Derecho Administrativo, Derecho Ambiental, Derecho Urbano-Territorial, Planificación para el Desarrollo Urbano y Análisis Institucional. Así mismo, tengo a mi cargo en calidad de Director Académico del Doctorado en Derecho, la Maestría en Derecho Ambiental y Urbano-Territorial, así como la Especialización en estas mismas materias. 

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ACADEMIA Y ACADÉMICOS: ¿VALÍA UTILITARIA?.

Si realizásemos un recorrido por la historia de la humanidad, encontraríamos que ha existido academia y, por supuesto, académicos, en todas las épocas. 

Cualquiera sea la acepción o modificación terminológica en relación con diferentes períodos históricos, por academia se ha entendido la configuración y el ejercicio de actividades diversas para el fomento de la cultura pero, sobre todo, de la educación. De ordinario la academia se organiza en torno a un centro o establecimiento, público o privado, que puede instruir para el desempeño profesional, artístico, técnico o simplemente práctico; el cual está compuesto por personas que se dedican a actividades académicas: los académicos.

Así las cosas, por académico se entiende a las personas que, elegidas por sus cualidades humanas, profesionales y por su formación, trabajan en las instituciones académicas con la pretensión de conducirlas hacia la excelencia a través de procesos de mejoramiento permanente; lograr una alta formación del talento humano pertinente para las necesidades del entorno; así como generar y socializar el conocimiento para mejorar la calidad de vida de los seres humanos en general.

¿Quién puede dudar de la encomiable labor del académico?, ¿quién puede negar su crucial rol al interior de toda sociedad?, ¿quién pone en tela de juicio la necesidad de la academia y los académicos?. A pesar de la supuesta claridad que debiera existir, las respuestas no son tan obvias o contundentes, claro está, ello depende en gran medida, del contexto y el sitio en el cual se formulen; incluso, dependiendo del sitio y el contexto, puede ser la misma academia quien enarbole banderas en contra de sí misma y de los académicos. El caso colombiano es típico ejemplo de ello.

A diario converso con diferentes personas sobre temas varios, admito que intento manejar las virtudes de la prudencia y la moderación para no hablar de temas sensibles como política o religión, pero en un país tan politizado y polarizado como el nuestro, es imposible no hacerlo. Sin embargo, uno de los temas que más ha llamado mi atención tiene que ver con la percepción (la mayoría de veces infundada) que el común tiene sobre lo que hacen la academia y los académicos; hay  de todo y para todos.

Sin intereses de por medio, las buenas academias son lo mejor que le puede pasar a una sociedad: ayudan en su desarrollo, forman conciencia colectiva, elevan el nivel de racionalidad y discusión, coadyuvan en la consecución de grandes ideales, plantean visiones de futuro; pero cuando los intereses afloran (individuales casi siempre) la más estimada, la mejor valorada, la  apreciada academia se puede convertir, fácilmente, en un think tank (literal) de ideas que no sirven para nada o no van para ninguna parte, ya que los académicos “ven la vida de forma idealista o como la pantera, de color rosa”.

Sin intereses de por medio, la mejor academia es la más acertada opción para mostrar una buena imagen: si se quiere colocar un producto en el mercado es bueno decir que fue apoyado, testeado, investigado, avalado, por la academia; pero cuando la academia se opone o señala los riesgos que éste puede tener, los resultados e investigaciones realizadas carecen de valor, no son concluyentes o se realizaron a partir de una pobre, escasa  o ausente metodología.

En la vida política y de los políticos esto es mucho más contundente. Cuando éstos quieren mostrar una cara propicia o lavar su imagen, lo primero que hacen es buscar una buena academia, una academia que acepte (obviamente por compromiso social y voluntad propia), trabajar en proyectos para los cuales la convocan, pero cuando la academia opina, se manifiesta, denuncia la deficiente labor, el mal manejo, la falta de atención, el exceso de poder, la arbitrariedad, la injusticia; la academia no sabe de lo que habla, no entiende la realidad o, simplemente, no debe meterse en asuntos que no son de su incumbencia. Peor es cuando la respuesta es: “es que así se hace aquí”.

Así mismo, cuando una empresa, pública o privada, contrata una consultoría, un proyecto, un concepto de la academia y éste satisface su imaginario, es necesario mostrarlo como evidencia de una correcta decisión, pero cuando éste no va acorde con lo esperado, la Universidad solo sirve sino para teorizar y para presentar kilómetros de papeles sin fundamento y demorar la ejecución de proyectos.

Frente al común de las personas también la academia y los académicos muchas veces salimos mal librados. Cuando alguien tiene un punto de vista sobre un tema y éste coincide con la opinión del académico, automáticamente ésta se convierte en referencia obligada para su defensa; ahora, cuando el punto de vista no coincide con el del académico aparecen los reparos: quieren imponer su verdad; creen que tienen la verdad revelada; quieren ir pontificando por la vida; como están acostumbrados a ejercer autoridad frente a los estudiantes, quieren ejercerla en todo tiempo y lugar; etc.

Cuántas veces nos ha tocado escuchar cosas como: ¿y tú que haces en la academia?; ¿te pagan bien? (pregunta impertinente de común formulación en nuestro incipiente estado de desarrollo) o: “yo he escuchado que los trabajan en la academia es porque no sirvieron para hacer otra cosa”. ¿Qué se puede decir ante la andanada de preconceptos, suposiciones y aprensiones?, pues lo de siempre: “soy feliz con lo que hago, no existe otro lugar en el que quiera estar”.

Ahora, como mencioné antes, la peor de todas las posibles realidades se da cuando los sesgos vienen desde dentro de la misma academia. Qué tal la inveterada discusión sobre la teoría y la práctica, la cual relativiza la valía del académico formado para la academia en favor del profesional que dedica parte de su tiempo a la enseñanza (al cual llamamos catedrático, pero que difiere según el contexto); estéril discusión que lejos de significar diferencias, implica un necesario complemento. No quisiera ahondar más en este punto pues podría dar para otro escrito de igual extensión.

O cuando la academia está subordinada a malos manejos o al ejercicio excesivo del poder administrativo, alterando el orden natural de las cosas y su esencia.

Para nuestro pesar, en otros contextos la mayoría de estos asuntos están resueltos, pues la academia y el académico son respetados y valorados en todo tiempo y lugar y resulta un innegable privilegio involucrarlos en actividades, públicas y privadas, para proponer mejoras sobre asuntos de diversa índole, para los cuales ostentan una adecuada formación.

Para nuestro pesar, en otros contextos se parte de la certeza de que el académico es una persona con enormes virtudes que le han permitido alcanzar el nivel necesario para dar respuesta a los desafíos de una sociedad y un mundo dinámico y exigente.

Por supuesto que “no hay familia perfecta” y muchas academias y académicos no merecen ser respetados por su falta de calidad, entrega y seriedad, pero en general, para el caso colombiano,  el país no se respeta su academia ni a sus académicos,

En Colombia la academia y el académico quieren ser valorados utilitariamente según el vaivén o la dirección del viento, según el interés y el asunto de que se trate y, ello, sin duda, es inaceptable.