Carlos Javier Velásquez Muñoz

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TITULO Profesor e Investigador Asociado de Tiempo Completo en la División de Derecho, Ciencia Política y Relaciones Internacionales.

ACERCA DE MÍ Doctor en Derecho, Universidad de Salamanca (España), Magister en Derecho Ambiental, Universidad del País Vasco (España), Especialista y Postgraduado en Derecho Ambiental y Administrativo. Con cursos de Postgrado en Derecho Urbano y Comunitario Europeo. Investigador en Derecho Público, Derecho Administrativo, Derecho Ambiental, Derecho Urbano-Territorial, Planificación para el Desarrollo Urbano y Análisis Institucional. Así mismo, tengo a mi cargo en calidad de Director Académico del Doctorado en Derecho, la Maestría en Derecho Ambiental y Urbano-Territorial, así como la Especialización en estas mismas materias. 

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BARRANQUILLA: DE ARENOSA A TIERRERO

El mote que da a conocer a Barranquilla como La Arenosa tiene dos versiones, aunque la común y generalmente aceptada es aquella que indica que su autoría corresponde a Tomás Cipriano Ignacio María de Mosquera-Figueroa y Arboleda-Salazar, mejor conocido como Tomás Cipriano de Mosquera, el cuatro veces Presidente payanes en tiempos de la República de Nueva Granada entre 1845 y 1849; de la Confederación Granadina entre 1861 y 1863 y, de los Estados Unidos de Colombia, entre 1861 y 1864 y 1866 a 1867.

Tomás Cipriano de Mosquera fue un convencido de la necesidad de potenciar la navegación a vapor por el Río Magdalena que conectara con un importante puerto  sobre el mar. Como consecuencia de lo anterior, constantes fueron sus visitas (dentro de las normales dificultades de la época) a Barranquilla, pues consideraba que la zona cumplía con las condiciones para alcanzar dicho anhelo.

En uno de sus viajes (1849), el Presidente Mosquera autorizó la exportación por el Puerto de Barranquilla, el cual habría de ubicarse en la Bahía de Sabanilla, previa la instalación de una aduana.

Más adelante, en visita realizada en 1849 para verificar los avances en relación con las decisiones tomadas, permaneció unos días en la ciudad e hizo explícito el remoquete de La Arenosa, al constatar que los espacios públicos y las calles de la ciudad estaban cubiertas de manera frecuente por arena proveniente del material arrastrado por las escorrentías y los vientos de la ciudad.

Por último, en 1857 comenzó a funcionar el faro giratorio de la Bahía de Sabanilla y el Presidente Mosquera elevó a rango de ciudad la villa de Barranquilla; en ese entonces la ciudad ocupaba 150 manzanas que el Concejo Municipal demarcó a partir de tres zonas: barrio Abajo, barrio Arriba (San Roque) y Centro.

Los relatos históricos sobre La Arenosa y su relación con el Presidente Mosquera son maravillosos, llenos de una visión de empuje, de “voz y músculo al progreso”. En cambio, la nueva Arenosa, la del siglo XXI, es una ciudad en donde esas características ya no están.

La Nueva Arenosa es una ciudad que avanza a partir de la acción y la dinámica de intereses económicos y políticos de personas o grupos en concreto que no toma en consideración el interés general, el deseo y la visión colectiva de los ciudadanos en su conjunto. No es sino ver el avance urbanístico de la ciudad, todo tipo de edificios, centros empresariales, centros comerciales,  negocios, que individualmente pueden mejorar (no es común) el entorno en el cual se enclavan, pero que no responden a una ciudad planeada desde lo colectivo.

De esa manera, las construcciones que hoy se muestran como signo de un mal entendido “desarrollo”, han convertido a La Arenosa en un “tierrero”, pues no respetan las más mínimas normas urbano-ambientales para evitar que el material particulado (arena) se esparza por la ciudad y mantenga en constante epidemia el sistema respiratorio de los barranquilleros.

Como hemos repetido hasta la saciedad, de qué sirven edificios, centros empresariales y comerciales cuando la calidad de vida disminuye, una ciudad incluyente y ambientalmente sostenible es lo que queremos y no tenemos; solo una Ilusión del Caribe blanco-azul.