Carlos Javier Velásquez Muñoz

Hoy amanecí triste, abatido, con una enorme congoja en mi corazón, apenas pude leer el periódico, como hago todos los días con el primer rayo de sol. No puedo sacar de mi mente las fotos de los niños que murieron calcinados en el Municipio de Fundación, Magdalena, ayer 18 de mayo.

Y me pregunto y le pregunto a Dios: ¿no es el camino natural de la vida que primero mueran los adultos?, ¿Por qué niños que vienen de cantar y alabar a Dios tienen que morir, y además, de una manera tan trágica?. No tengo respuestas y, con seguridad, nunca las tendré.

No puedo dejar de pensar a mis sobrinos y primos en una situación parecida y digo, que duro, que prueba tan difícil para los padres y familiares, cuánto valor hay que tener para soportarlo.

Desde este humilde espacio solo quiero pedir a todos los adultos que piensen en los niños, que los cuiden y hagan felices, que es lo que se merecen; ni un sufrimiento, ningún dolor, ni una sola situación de angustia o ansiedad. Una sociedad que no cuida a sus niños está enferma y llamada al fracaso, es inviable.

Pensemos en lo que hacemos en Colombia para proteger a nuestros niños y con seguridad, la conclusión es que cualquier esfuerzo es poco y aún queda mucho por hacer. No entiendo como dejan subir a  unos niños en un bus que no reúne las mínimas condiciones de seguridad, es inconcebible. No entiendo como un conductor con todas las licencias vencidas puede transportar niños, por Dios, ¿dónde están las autoridades para evitarlo?

Padres, cerciórense  de dejar a sus hijos en buenas manos, seguros, no se los dejen a cualquiera, sean obsesivos si hay que serlo, pero lo importante es su bien-estar.

Desde aquí pido a Dios por los niños de mi familia, de mi país, del mundo, y sobre todo, pido por los niños que ya no están con nosotros; que estén bien, que estén felices, que estén corriendo, riendo y jugando eternamente.