El trauma como inspiración literaria

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Andrés Arteaga, doctor en literatura hispanoamericana.

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03 ago 2016

La literatura y el psicoanálisis guardan un estrecho y casi ineludible vínculo. Desde sus primeras investigaciones, Sigmund Freud, padre de las teorías del psicoanálisis, se interesó por temas explorados en textos como El mercader de Venecia y Hamlet de Shakespeare, o Edipo Rey, de Sófocles. De allí no solo extrajo nombres para algunos de los complejos que describió en sus estudios, sino que aprovechó para analizar el proceso psíquico detrás de la creación poética de estos autores.

El académico antioqueño Andrés Arteaga, quien visitó la Universidad del Norte para participar en el conversatorio "Literatura, trauma y repetición", el pasado 29 de julio, ha explorado la relación entre las disciplinas mencionadas a partir del trauma psicológico, uno de los conceptos que examinó Freud a lo largo de su carrera.

Los estudios de Arteaga, doctor en literatura hispanoamericana de la Universidad de Ottawa y master en psicoanálisis de la Universidad de París 8, se han enfocado en la literatura producida por latinos tras períodos de violencia sociopolítica o después de migrar hacia Norteamérica.

¿Cómo definiría usted el vínculo entre literatura y psicoanálisis?

Existe una gran relación pues los conceptos mayores del psicoanálisis tienen referencias literarias. Varios textos de Freud son desarrollos teóricos a partir obras literarias: uno muy famoso es el de Gradiva de Wilhelm Jensen. La literatura es una ventana que le muestra al psicoanálisis muchos elementos y el psicoanálisis es una herramienta de interpretación. Hay toda una metodología que uno puede seguir para analizar imágenes poéticas y significantes. Pero no se trata de hacer una lectura reduccionista solo de lo que concierne a la parte psicológica del autor; el momento histórico es muy importante para entender lo que se plasma en el texto.

En sus investigaciones ha tratado sobre ‘escritura del trauma’, ¿cuál es el beneficio para una persona de escribir sobre un hecho traumático?

Hay momentos históricos difíciles en términos colectivos como la II Guerra Mundial, con los campos de concentración nazis, toda la represión de la dictadura en España, las dictaduras en el cono sur, que son momentos históricos donde hubo mucho dolor, mucha muerte, y donde la representación de lo humano estaba totalmente borrada. Había cosas impensables, pero que efectivamente sucedieron y de alguna manera la escritura del trauma se atreve a dar un paso hacia un registro simbólico. Lo macabro tiene que pasar por el filtro del lenguaje para que pueda entrar a la memoria colectiva, a una memoria que de alguna manera pueda sanar las heridas de quien lo haya vivido.

De sus investigaciones han surgido dos libros: Notas viajeras y El refugio del fénix. ¿Cómo fue este proceso?

Estos dos libros que hemos publicado desde la Universidad de St. Mary’s, donde soy profesor de español y literatura latinoamericana, lo hemos hecho a partir de ejercicios de escritura creativa. El primero con inmigrantes latinoamericanos y el segundo con víctimas de la violencia política en Colombia.

Una de las preguntas de la primera investigación era cómo representar la transición de vivir en el país de origen al vivir en un nuevo lugar. Esto se hizo a través de talleres de escritura que hicimos en una convocatoria abierta a escritores latinos que quisieran hablar sobre el tema. Así nació esta primera antología de escritura de viajes.

La segunda propuesta surge a partir de una pasantía que hice en la UPB en Medellín. Decidimos hacer con la Casa Museo de la Memoria otro taller similar, convocando a varias víctimas del conflicto que se encuentran en la base de datos de la casa Museo.

Debió ser un ejercicio marcadamente más difícil, dado lo traumático de la situación…

Sí. Había inicialmente 15 personas y se les expuso la idea de escribir sobre algo que ellas quisieran recordar. No solamente contar cómo pasó lo que pasó, sino que esa vivencia tuviera una estructura literaria a partir del trabajo semanal que yo hacía con los participantes. Poner en palabras lo que les pasó fue muy sanador, como una descarga de la angustia y del dolor del pasado. De alguna manera el factor de grupo ayuda mucho por ser temas tan difíciles.

Son siete autoras y hay muchos tipos de textos. Dos son viudas de militantes de la Unión Patriótica. Una de ellas también muy militante, formada en Alemania Oriental y el marido fue un dirigente de la UP en Antioquia. Ella quiso hacer un retrato de su marido y es un texto muy político con un lenguaje muy particular de los años 60.

Otro es de una mujer que escribe cuando se la llevó la guerrilla. Es un texto pequeño que se llama Mientras y hace la comparación desde el punto narrativo de una niña de lo que ella vio. En vez de lápices de colores, balas M16 y cosas similares, ella logra darle ese giro que permite disfrutar la lectura, algo que es muy difícil en este tipo de literatura.

Usted habla sobre un subgénero llamado literatura postraumática. ¿De dónde surge esto?

Este es un concepto que mucha gente ha utilizado, sobre todo críticos literarios que abordan literatura producida después de un momento traumático. Hay que entender que este tipo de literatura es una cosa que llega décadas después de que han pasado las cosas. Una cosa es ser testigo y escribir sobre algo, desde una perspectiva de crónica, pero se necesita un tiempo de elaboración simbólica, de un duelo individual y colectivo, para poder hablar de ciertas cosas. Si no, se queda en una fetichización de lo macabaro, en una narcoliteratura, como la que se puede ver en subgéneros como la sicaresca.

La literatura tiene un trabajo muy importante en este aspecto. No de adornar la realidad, sino de permitir que las heridas se sanen y que el autor y los escritores tengan una verdadera capacidad crítica de crear a partir de la vivencia.

Por Andrés Martínez Zalamea

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