Fernando Cano compartió con estudiantes su Colombia a blanco y negro

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Fernando Cano, ganador del Premio Nacional de Fotografía del Ministerio de Cultura.

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08 sep 2017

A pesar de ser filósofo, escritor y de haber fungido como director del diario El Espectador por más de una década, Fernando Cano Busquets es, ante todo, un fotógrafo. Su trabajo ha sido nacionalmente reconocido por la perspectiva particular en la que su lente ha capturado la pluralidad de Colombia en sus rincones más recónditos, a través de su gente, sus fiestas y su geografía.

“Este país está compuesto por personas que en su mayoría está en los territorios rurales. Aunque en las grandes urbes se toman las decisiones, los que construyen el país son las personas que viven en territorios apartados de las ciudades”, comentó al presentar ante un público de jóvenes uninorteños algunas muestras de su libro País: homenaje en blanco y negro, por el que recibió en agosto el Premio Nacional de Fotografía del Ministerio de Cultura.

Este jueves, 7 de septiembre, Cano Busquets estuvo compartiendo con los estudiantes de Comunicación Social lo más destacado de su vasta producción fotográfica, creada en las cuatro décadas posteriores al día en que descubrió la fotografía, precisamente, cuando cursaba sus estudios para ser comunicador de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, que a la postre quedaron inconclusos.

“En segundo semestre cursaba una materia de fotografía. No tenía una idea de qué se trataba y nunca había tomado una foto. A raíz de eso, le dije a mi papá que necesitaba aprender”. Su padre, el entonces director de El Espectador, Guillermo Cano, lo remitió al editor de fotografía del periódico. Tras aprender lo básico, realizó un primer ejercicio en el autódromo, una tarde de fin de semana en que los reporteros gráficos no daban abasto. Fernando tomó su primera foto, capturando un impresionante choque que saldría publicado en la edición del periódico el día siguiente.

“En esa época había que revelar con químicos y uno no sabía si le había salido o no. En el cuarto oscuro, cuando veo que en una hoja de papel empieza a salir mi imagen, empecé a ver un mundo mágico que yo no explicaba”, rememoró Cano sobre el momento en que descubrió la principal pasión de su vida.

Ese día decidió dedicarse a la fotografía y su padre lo designó como laboratorista. “Me dijo que solo por ser Cano, no iba a tener un puesto asegurado como reportero”. En los laboratorios fue donde alimentó su vocación por las fotos, revelando aquellas “de los verdaderos reporteros que resumían en una imagen las noticias”.

“Allí aprendí los ángulos que utilizaban, cómo usaban la luz, cómo se ubicaban. Así aprendí a moverme en ese ámbito de la reportería hasta que al año y medio fui ascendido a fotógrafo”, evocó Cano. Su primer cubrimiento fue un enorme hueco que apareció en un barrio industrial de Bogotá; una noticia de poca trascendencia que, sin embargo, le llenó de gran orgullo.

Su carrera como fotógrafo estuvo marcada por la intermitencia. En ocasiones la combinó con la redacción, pero desde que asumió los cargos de director de la Revista del Deporte y del Magazín Dominical de El Espectador su sueño quedaría relegado de momento. Finalmente, el asesinato de su padre lo llevaría a la dirección general del periódico más antiguo de Colombia, cargo que ejerció junto a su hermano Juan Guillermo por 10 años, antes de la venta del periódico a un grupo económico.

“Por diez años no puedo tomar fotografía. Mi vida se reduce a una casa por cárcel, a la ruta de mi casa al El Espectador. No podía salir de ese corredor, siempre acompañado de escoltas”, recordó.

En blanco y negro

Una vez el periódico salió de la familia Cano, Fernando se reinventó y volvió a su pasión por las imágenes. Desde 2000 se ha dedicado ininterrumpidamente a retratar esa Colombia rica en contrastes, en diversidad y, sobre todo, en esperanza, a pesar de los horrores que se han posado sobre el país a lo largo de su existencia.

“Con cada foto uno, sin darse cuenta, tiene documentos históricos que van construyendo una memoria de país. Eso lo descubrí a partir de la revisión de mi archivo que tengo desde 1974”, dijo Cano. En medio de ese proceso de inspección de su patrimonio pictórico, surgió una convocatoria del Ministerio de Cultura, de la cual emergió País: homenaje en blanco y negro.

En este compendio de fotografías en escalas de grises no solo le dio protagonismo a las montañas, valles y ríos de la geografía colombiana; a sus indígenas y campesinos; a los carnavales tradicionales de nuestro país, sino también a los detalles de las manos que hilan y construyen la cotidianidad de Colombia, por medio de aspectos que la hacen una nación muy particular que tiene como base una mixtura de etnias.

“Pero ¿por qué el blanco y negro?” fue la pregunta que inquietó a la mayoría de asistentes de las charlas que Cano ofreció en la Universidad del Norte. Él explicó que el desarrollo de la fotografía fue en blanco y negro y eso lo diferencia de otras artes mayores como la pintura y la acuarela. “La fotografía nace con ese lenguaje del blanco y negro y creo que es el lenguaje propio de este medio artístico”, explicó

Mostrando como ejemplo una atemporal postal del Valle de Cócora en Quindío, engalanada por un cúmulo de palmas de cera, Cano indica que al usar la escala de grises “en un recorrido de años, uno no puude diferenciar si es una fotografía digital o análoga, o si fue tomada en los setentas o en la actualidad”.

Un aspecto muy particular de esta compilación es cómo deja de lado el tema de la violencia en el país. “No es porque no me interese”, comentó. “Es porque pienso que los colombianos somos más que conflicto y esa parafernalia de corrupción y dinero fácil. A la mayoría de la gente le ha tocado bastante duro sacar adelante a sus familias y sus lugares de vida. Quise mostrar esa otra visión del país”.

En sus recorridos desde La Guajira al Amazonas, Cano ha descubierto un país donde la gente encuentra cientos de formas de salir de su dura rutina y buscar en la felicidad una pequeña utopía. “Uno lo que ve al recopilar ese material fotográfico es que en el país hay una especie de protesta de querer vivir felices, de cambiar esta realidad, ponernos máscaras y disfraces y darle rienda suelta a esa felicidad comprimida”.

Por Andrés Martínez Zalamea

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