La arquitectura de Giancarlo Mazzanti, una apuesta por el uso social del espacio

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El arquitecto barranquillero, Giancarlo Mazzanti, durante su visita.

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05 oct 2017

El Parque Cultural del Caribe, la Megabiblioteca Distrital de Santa Marta, la Biblioteca España y el Parque León de Greiff en Medellín son solo algunos de los proyectos arquitectónicos ingeniados por Giancarlo Mazzanti, reconocido arquitecto barranquillero, para quien el verdadero valor de una edificación radica en las interacciones que esta logre producir entre las personas.

Invitado por el departamento de Arquitectura, el experto estuvo este martes, 3 de octubre, en la Universidad del Norte para presentar la conferencia Arquitectura, juego y lúdica, en la que presentó las ideas y las teorías que han forjado sus más ambiciosas obras en el país y el exterior, y que le han valido reconocimientos como el primer lugar en la X Bienal de Arquitectura de Venecia, Italia.

Mazzanti explicó el concepto de “pensar la arquitectura como un juguete”, ya que él concibe cada componente de una edificación como módulos intercambiables, que pueden adaptarse a otros y crecer. Algo así como enormes piezas de Lego que, gracias a la imaginación de cada arquitecto, se unen para crear proyectos que responden a las necesidades puntuales de una comunidad.

“Son sistemas casi biológicos que pueden pensarse para que la arquitectura vaya creciendo, cambiando y adaptándose en el tiempo. No son diseños precisos, sino entendidos como un sistema de instrucciones, como las que traen los juguetes para que la sociedad pueda ir replicándolos posteriormente”, indicó.

Un ejemplo de este concepto se vio en los escenarios deportivos que diseñó para los Juegos Suramericanos de 2010, celebrados en Medellín. Para crear esta serie de coliseos el arquitecto planteó una serie de cubiertas formadas por franjas alargadas, que se levantaban a alturas distintas. Partiendo de estas características básicas, la alcaldía de la ciudad pudo realizar después un cuarto coliseo de menor tamaño que pasó a conectarse con los erigidos por Mazzanti.

“Esto me interesa en la arquitectura: no es de un autor, sino que le pertenece a la comunidad, les puedo dar unas instrucciones de cómo repetir o rehacer un edificio”, expresó el barranquillero, quien cree que la forma de un inmueble debe nacer del uso que se le da a este. “Me interesa lo que un edificio produce en términos de usos sociales y de relaciones entre personas”, dijo.

Para él, una obra puede ser funcional y productiva, y a su vez tener determinadas zonas que inviten al juego y a la lúdica, propiciando relaciones humanas que saquen a las personas de su realidad cotidiana. Tal como el diseño que realizó para un nuevo colegio en Marinilla, Antioquia, en donde hizo una profunda investigación para entender que además de los salones, tanto los niños como los adultos del municipio querían encontrar en ese recinto espacios para hacer una huerta y un invernadero comunitario, al que todos tuvieran igual acceso.

Otro caso que habla de cómo su obra arquitectónica va más allá de la simple funcionalidad, fue la ampliación de la Fundación Santa Fe de Bogotá. Para este centro hospitalario ideó un gran espacio circular, que en su interior alberga gran variedad de aves y plantas; una especie de jardín botánico en el que las personas pueden encontrarse y conversar. Así mismo cuenta con una fachada de ladrillos entretejidos que permiten ver la ciudad, conectando a los pacientes con el exterior.

“Queríamos hacer un lugar en el que todos los espacios e instrumentos médicos estuvieran funcionando perfectamente, pero en donde la persona que estuviera enferma o la familia podía salirse del contexto normal de un hospital”, indicó.

Al finalizar su presentación, Mazzanti les habló los estudiantes sobre la importancia de combinar sus conocimientos técnicos sobre la disciplina con diferentes aprendizajes, perspectivas de otros oficios e influencias; ya que según él “la arquitectura es una forma de construir pensamiento, es una forma de situarnos en el mundo y verla solo desde la técnica no tiene ningún sentido”.

Por María Margarita Mendoza. 

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