La historia desconocida de Barranquilla

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Restos óseos encontrados durante las excavaciones.

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01 ago 2016

Siglos antes del 7 de abril de 1813, Barranquilla estuvo habitada por poblaciones indígenas que se asentaron en diversos puntos de lo que es actualmente la ciudad. Bello Horizonte, Me Quejo, el Country Club y la Iglesia San Nicolás son algunos de los lugares de donde, en las últimas décadas, han emergido rastros de los antiguos pobladores de la capital del Atlántico; hallazgos que han sido fortuitos, han perdido su contexto original y dificultan contar una historia sobre lo que sucedía en la ciudad años atrás.

La Universidad del Norte ha llevado a cabo a lo largo de los últimos 10 meses, el primer proyecto de arqueología urbana realizado en Barranquilla; es decir, el primer esfuerzo sistemático por comprender la actividad humana, las características de los habitantes y el período en el que vivieron los indígenas prehispánicos dentro de los límites actuales de nuestro distrito.

El proyecto se enmarcó en las obras del Par Vial de la carrera 50 en Barrio Abajo, sector en el que, en 1889, el ingeniero Antonio Luis Armenta se topó con una serie de vasijas con huesos humanos, mientras adecuaba el lugar para la construcción de unos rieles para tranvía. Con esto en mente, los investigadores del departamento de Historia y Ciencias Sociales de Uninorte trazaron un proyecto de arqueología preventiva que permitiera mitigar el impacto de las obras sobre el patrimonio arqueológico y registrar al máximo la información que hay en esta zona.

La primera etapa de excavaciones, que tuvo inicio en septiembre y se extendió por varios meses, ha arrojado varios resultados que han permitido reconstruir parte de la historia de Barranquilla que se desconoce hasta el momento.

En términos de cronología, se ha podido identificar a partir de objetos excavados que, probablemente, quienes habitaron el sector del Barrio Abajo eran poblaciones del período de contacto, momento en el cual llegaron los españoles a América.

“No estamos diciendo que estas poblaciones tuvieran contacto con los españoles”, comenta Javier Rivera, director del departamento de Historia y Ciencias Sociales, quien ha liderado el proyecto. “No hay fuentes históricas ni crónicas que hablen de un contacto, pero encontramos materiales españoles en los basureros indígenas. Pero es probable que por procesos de intercambio con otros indígenas estos materiales llegaran acá”.

Entre los materiales a los que se refiere Rivera se encuentran cerámicas particulares del siglo XVI como las tipo Redware, que encajan con el período de contacto, y cuernos de vaca, animal traído por primera vez a América por los europeos. Estos elementos del Viejo Continente fueron encontrados debajo de un enterramiento típicamente indígena.

“Partimos de la idea que los estratos (capas) que están más abajo son los más antiguos. Y el basurero se encuentra debajo de un enterramiento secundario, donde el individuo era enterrado, posteriormente exhumado y sus huesos depositados en una urna y enterrados nuevamente”, explica Rivera.

Las excavaciones también permitieron refutar una de las más famosas observaciones que hizo el ingeniero Armenta al consignar sus hallazgos a finales del siglo XIX: que el Barrio Abajo solía ser una gran necrópolis indígena. “Como en muchos grupos indígenas del pasado, el espacio para vivos y muertos se compartía, y a estos últimos se les enterraba en el piso de las viviendas. ¿Cómo lo sabemos? Encontramos huellas de poste, que son marcas de las estructuras que formaban las casas”, sostiene Rivera.

Entre la cerámica encontrada se han observado decoraciones y formas similares a las encontradas en distintos puntos geográficos del Atlántico, como Tubará, el Guájaro y Malambo, que de acuerdo con Rivera “nos habla que esto era un grupo bastante amplio, que compartía tradiciones”.

En cuanto a los restos de fauna encontrados, el material más representativo son los peces, que vinculan a la población con un estilo de vida ribereño. Entre ellos se destacan el bocachico, bagre, chivo, coroncoro y pescados que no se comen actualmente en la región como el chipe o la mojarra amarilla (la mojarra roja que se consume no es originaria del río Magdalena).

Los investigadores también pudieron identificar restos óseos de seis seres humanos. En uno de estos individuos encontraron una infección “tremenda” en huesos de las extremidades inferiores, que les permitió inferir a los investigadores que hubo una incipiente forma de medicina dentro de la población.

“Si este individuo simplemente no hubiera sido tratado, no habría tenido la defensa, habría fallecido en un tiempo corto y no habría generado la respuesta en el cuerpo en forma de infección. No sabemos cómo eran los tratamientos, pero sabemos que trataban a sus enfermos”, afirma Rivera.

Observando las huellas de las inserciones musculares en estos huesos, se pudo establecer que eran poblaciones que realizaban gran esfuerzo físico. Sin embargo, Rivera mantiene que estas no se movilizaban porque aprovechaban los recursos del río. “A pesar de que había cercanía con el mar no encontramos recursos marinos ni costeros. No tenían la necesidad, porque todo se los proporcionaba el río y la ciénaga”.

Una segunda etapa

El grupo liderado por Javier Rivera ya ha reanudado las excavaciones, coincidiendo con el inicio de las obras de la segunda etapa del Par Vial, que irá por la misma carrera 50, de la Avenida Murillo hasta la calle 55. Pero mientras aparecen nuevos elementos, aún queda mucho material por examinar de la primera etapa, el cual podría dar nuevas luces sobre la vida de los antiguos pobladores indígenas.

“Lo que estamos encontrando en esta segunda etapa es completamente diferente, porque parece que la ocupación prehispánica solo llega hasta la calle 43 (la primera etapa de la obra, inaugurada el 16 de julio, iba desde la vía 40 hasta la Av. Murillo). Vamos a encontrar es la historia del siglo XIX, la historia del Barrio Abajo y observar qué tradiciones se mantienen y cuáles cambiaron con el paso del tiempo”, concluye Rivera.

Por Andrés Martínez Zalamea

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