“La violencia hace que lo político deje de tener sentido”

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Los expertos discutieron varios aspectos de la corriente de pensamiento de teoría crítica, una de los más importantes del siglo XX.

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07 jun 2016

El período entre las dos guerras mundiales trajo consigo la conglomeración de algunos de los más grandes pensadores europeos del siglo XX, quienes coincidían en su descontento con los sistemas capitalistas, fascistas y comunistas que regían en la época.

El corte totalitarista de estos sistemas y su derivación en prácticas científicas que trataban de estandarizar a la sociedad —en el caso del nazismo, promoviendo el exterminio de algunos segmentos de la sociedad— propició que estos filósofos y sociólogos, englobados bajo el término informal de la Escuela de Frankfurt, propusieran como proyecto la razón como freno a las distintas formas de dominio e injusticia social.

Esta fue la base de la teoría crítica, una de las corrientes de pensamiento más importantes para las ciencias humanas en el siglo XX, que aún permanece vigente gracias a las ideas propuestas por teóricos como Martin Heidegger, Max Horkheimer, Herbert Marcuse y Theodor Ardono.

El programa de Filosofía de la Universidad del Norte organizó el evento ‘Conversaciones de teoría crítica’, en donde se discutieron varios aspectos relacionados con esta importante escuela de pensamiento. Entre estos, el rol de figuras que no se adscribían a la corriente, compartían los intereses y las preocupaciones intelectuales de la misma.

Este el caso de Hannah Arendt, cuya propuesta filosófica-política fue abordada en una ponencia por la filósofa colombiana Mery Castillo, profesora de la Universidad del Rosario y doctora en Filosofía de la Universidad de Stuttgart (Alemania). Castillo se ha dedicado, durante 20 años, a estudiar el pensamiento de Arendt, y en su conferencia estableció relaciones con la tradición y con la crítica que la pensadora realiza a la modernidad.

¿Por qué Hannah Arendt es considerada una outsider de la teoría crítica?

Hannah Arendt siempre afirmó que no se consideraba una filósofa en el sentido en que entendemos la filosofía ahora en la modernidad. Hay algo de sutileza en esa afirmación porque creo que Arendt, si bien se define como una pensadora política, lo que distingue su propuesta tiene que ver con cómo aborda el pensamiento político. Y uno puede ver que lo asume precisamente desde la filosofía, desde este diálogo que ella va a entablar con una serie de autores, como Heidegger y Marcuse, para a partir de eso poder elaborar su propuesta de la acción política como aquella que hace posible la construcción y transformación del mundo.

Arendt reflexionó sobre el holocausto nazi y la barbarie que se vivió en aquellos tiempos. ¿Cómo se puede vincular eso a a la barbarie que hemos vivido tantos años en Colombia?

Hay que ubicar a Arendt no solamente como alguien que estaba pensando especialmente en el tema de la violencia, referido solamente al holocausto —que es como habitualmente traemos a Arendt a colación, con sus textos sobre el juicio de Eichmann en Jerusalén y todas su reflexione a partir de las consecuencias de ese momento histórico— , pero realmente podríamos pensar en Arendt como la analista política que está discutiendo acerca del papel de la violencia en lo político, de cómo la violencia anula lo político. Lo que podemos ver, tal vez en el caso colombiano, es precisamente eso: lo que ha hecho la violencia —al margen de todas las consecuencias en términos materiales y de vidas humanas— es pervertir lo político.

Lo que hace la violencia en este caso es hacer que lo político deje de tener sentido y que se deje de encontrar su funcionalidad, volviéndose una cosa meramente operativa. Lo que vemos ahora es el delirio de los políticos profesionales, porque realmente no hay una capacidad de, por un lado, tomar distancia frente a esos acontecimientos, pero, además, pensar en términos políticos, con una mirada más allá del argumento.

Creo que ese es uno de los grandes costos para un país que ha pasado por toda esta situación. Lo que se viene es cómo volver a pensar en términos políticos en una sociedad. Y eso es lo difícil, viéndolo desde la propuesta de Arendt.

Cuando Arendt analiza el juicio de Adolf Eichmann en Jerusalén, donde este sintetiza su accionar como “simplemente estaba siguiendo órdenes” y uno después escucha una caracterización parecida en Timochenko, cuando dice “nosotros no hemos secuestrado ni matado, esta es una lucha por el pueblo”, ¿se puede decir que cualquier lucha política trae como consecuencia que se acepte que lo que Arendt llamó la ‘banalidad del mal’ está siempre presente en el juego político?

En el caso de Eichmann lo que ella ve es a un individuo que está sujeto a una serie de condiciones, pero que de alguna manera representa esa incapacidad para pensar en términos reflexivos. El análisis al que a ella va a llegar es: cómo abstraernos del pensamiento nos lleva a no reflexionar sobre nuestros actos.

El ejemplo de Timochenko que usted propone tiene que ver con un plano diferente: un enfrentamiento contra un estado, y yo no podría equipararlo. Pienso que eventualmente todas las situaciones de violencia que se vuelven permanentes y cotidianas nos llevan a todos a usar un aparato discursivo. Y precisamente allí es donde caemos en el cliché de analizar a los individuos solamente relacionándolos con esa situación de violencia. Creo que ahí hay alguna dificultad de tomar distancia. Yo creo que la banalidad opera en el sentido de que incluso nosotros, que nos podemos considerar ciudadanos ejemplares, eventualmente podemos caer en una situación de ese tipo. Pero no le ponemos la etiqueta a una persona, frente a otra.

Arendt siempre se cuidó mucho de no convertir esto en una generalización, en que todo individuo que comete actos condenables está llevado por esta banalidad. Eichmann era un personaje que tenía unas características particulares, que uno efectivamente puede extrapolar en otros casos, pero yo no podría decir en este momento a quién le ponemos la etiqueta o a quién no.

¿Se puede afirmar que en sucesos como el conflicto colombiano hay una especie de apología a la banalidad de mal, en otras palabras, un no reconocimiento de las víctimas? Y, a partir de Arendt, ¿se puede pensar una propuesta que desde la filosofía nos permita pensar cómo reivindicar a las víctimas?

Yo creo que hay que tener cuidado respecto a qué es lo que estamos esperando. Hay que escuchar a las víctimas más de lo que se les ha venido escuchando. Son ellas quienes tienen mucho más claro que hay que cerrar esta etapa.

Arendt no estaría en la lógica de plantear que para la lógica de este tipo de procesos políticos necesitamos pasar por un acto como el perdón. El perdón no es un acto colectivo, y eso es algo que a veces no entendemos socialmente. Concebimos el perdón como la “condición para…” y Arendt está pensando más en una posición posterior. En este caso sería un perdón intencionado, pero no un perdón que condiciona un proceso político. No podemos poner el perdón como el medio para cerrar procesos políticos de este tipo.

Por otro lado, está el hecho de que efectivamente hay que terminar con estos procesos de violencia que llevan 50-60 años y que históricamente han sustentado el pensamiento político del país. Ahora estamos enfrascados en la discusión cotidiana sobre cómo debería ser este proceso, pero lo político sigue pasando a nuestro lado, como si no hubiera otros acontecimientos que también son importantes dentro de la sociedad.

Teniendo en cuenta que en el conflicto colombiano las mujeres son las que sufren más la violencia, ¿cuál sería el lugar de las mujeres pensadoras en la reivindicación los derechos de su género?

No sé si tenemos que pensar en términos de un papel en particular, porque no creemos que nuestra posición de género nos ponga en una especie de prelación aquí, pero sí considero que quienes estamos en los ámbitos académicos tenemos que poder hacer algo que a veces no se hace, que es reflexionar sobre los acontecimientos permanentemente. Eso lo deberíamos hacer todos en principio, pero eso no pasa porque hay una serie de condicionamiento allí y a veces las mujeres tenemos que convertirnos en ese tábano del que hablaba Sócrates, para poder estar más alertas, haciendo caer en cuenta, o llamando la atención sobre las consecuencias de ciertos acontecimientos, pero al mismo tiempo tenemos la capacidad de decir y de expresar estas cosas.

Esto es algo que no solamente es un espacio que se ha venido ganando, sino que hay que seguir manteniendo y sosteniendo.

Por Andrés Martínez Zalamea

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