"Los animales que habitan las ciudades también tienen derecho a existir"

¿Qué debemos hacer si un animal silvestre irrumpe en nuestras casas? La profesora María Cristina Martínez, nos comparte esta reflexión que escribió a partir de una experiencia que vivió en Barranquilla y nos invita a tomar consciencia sobre nuestra relación con la naturaleza.

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Las zarigüeyas, que en Barranquilla se conocen como zorro chuchos, no son una especie peligrosa.

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24 jun 2020

Desde que entramos en cuarentena, hemos conocido de episodios alrededor del mundo en los que los animales —incluso algunos de los más tímidos y que poco se dejaban ver por los seres humanos— empezaban a irrumpir en los lugares más citadinos que ahora lucían desolados. Aunque toparse con animales desconocidos en lugares como nuestros hogares puede resultar aterrador para algunas personas, los expertos constantemente invitan a la prudencia y a actuar con consideración hacia estos seres, que ante estos encuentros también pueden experimentar temor y reaccionar de forma defensiva.

María Cristina Martínez, profesora de Biología de Uninorte, quien se especializa en el estudio de las plantas, fue testigo directo de un caso de agresión a un animal silvestre que irrumpió en una vivienda, donde corrió con mala suerte. Ella escribió una historia en la que reflexiona sobre la conducta humana frente a encuentros con especies animales que no conocemos y, por ello, terminamos agrediendo. Esta es su invitación a ser más conscientes con la naturaleza que nos rodea y con la cual deberíamos convivir en armonía, después de todo, en muchos casos, nosotros somos los invasores.

 

"Hace unas semanas, hacia la medianoche, caminaba a mi mascota cerca del mirador del barrio Miramar en Barranquilla, cuando vi cruzar la calle a un animal mediano con una cola larga. Por curiosidad me acerqué, pero se me adelantó un gato y aquel animal dio la vuelta, cruzando la misma calle y en dirección al pequeño fragmento de bosque que hay en el mirador.

Me maravillé al verlo: un joven zorro chucho, de pelo blanco y algo flaco. Pensé: “Pobrecito, no debe encontrar comida en el bosque y se atreve a buscarla en las casas”. En un silencioso deseo quise algún día volverlo a ver.

Al día siguiente sucedió. Llovía y salí a refrescarme, pues se había ido la luz. De repente mi compañero y yo vimos a un muchacho llevar en una mano un palo y en la otra, agarrado de la cola, al zorro chucho, desmayado y con sangre en la cabeza. Estupefactos, seguimos a aquel joven. Mi compañero, una persona a la que no le da pena preguntar nada, lo averiguó todo: el animal entró a una casa y la reacción de su dueño fue ordenar que lo mataran.

Inquietos, llegamos a una de las lomas del mirador, donde yacía el zorro chucho, y con desasosiego contemplamos el destino de este indefenso marsupial. Vi que respiraba y recordé que ellos al verse atacados entran en estado de shock, fingiendo su muerte. Sentimos esperanza, a pesar de que tenía un ojo reventado, salía sangre por su boca y casi no se movía. Corrí a mi casa y regresé con un trozo de papaya, leche, una tostada y una lata de atún. Le hicimos una carpa de plástico, le dejamos la comida cerca y nos fuimos. Quise creer que se podía recuperar de la contusión, comería y regresaría a su bosque, su hogar.

Pasada una hora fui a verlo. No había comido nada, seguía sangrando y se veía confundido. Llamé a una colega, más entrenada en asuntos de fauna, quien me indicó llevarlo al zoológico de Barranquilla. De inmediato convertimos una hielera y una sábana en un guacal improvisado y lo llevamos al zoológico. Recuerdo la cara de la veterinaria que lo recibió; la expresión en su rostro reflejaba lo que yo sentía: indignación, rabia, impotencia. 

Allí me despedí de Zorro Jesús, como alcanzamos a bautizarlo en el recorrido de nuestra patrulla animal; al tiempo que reflexionaba en cómo llega un humano a reaccionar con tanta violencia ante un animal indefenso. Creo que es la desafortunada combinación de ignorancia con miedo la que lleva a estos desenlaces, estos desencuentros.

El zorrochucho es una zarigüeya —tan marsupial como el canguro—, un animal nocturno que come desde frutas y gusanos hasta basura. Ellos habitan nuestro territorio antes de que nosotros pusiéramos los barrios encima, arrasando con los bosques. No representan ningún peligro (si uno entra a una casa, la Policía Ambiental se hace cargo). Podemos pedirles a los vigilantes nocturnos que los espanten, podemos dejar cerca al bosque algo de residuos orgánicos. Podemos simplemente espantarlos. No necesitamos matarlos.

Al par de días el veterinario del zoológico me confirmó que a Zorro Jesús le fracturaron la mandíbula, su ojo fue perforado y perdió mucha sangre. En manos del veterinario estuvo la decisión de darle un fin “humano” a una acción “humana”.

Mi ilusión de que Zorro Jesús sobreviviera no se cumplió, pero por él y los muchos de su especie que terminan igual, quise plasmar su historia. Las zarigüeyas no son ratas, no son peligrosas, por el contrario, son limpias y controlan plagas que sí son nocivas para los humanos. Las atrae la basura de las casas, sobre todo si su hábitat se ve reducido.

Los animales que habitan las ciudades también tienen derecho a existir. Hacen parte de una ciudad biodiversa. Es más, por ser nuestros vecinos urbanos debemos aún más ser compasivos, admirarlos y respetarlos".

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