Lucha contra el suicidio en Japón de Yokoi Kenji, ejemplo de liderazgo

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Yokoi Kenji Díaz durante su intervención.

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05 abr 2017

“La felicidad es una decisión, no una consecuencia. Por eso, no es responsabilidad de otros hacerte feliz, serlo depende de ti”. Después de que su infancia y adolescencia transcurrieran entre las culturas de Japón y Colombia —tan dispares entre sí—, esa fue la principal lección que Yokoi Kenji Díaz aprendió para enfrentarse a la vida. La misma que guió su propósito de reducir las altas tasas de suicidio en la isla.

A los 10 años, Kenji se fue con sus padres (un japonés y una tolimense) a vivir a Yokohama, Japón, lo que cambiaría para siempre su perspectiva de la realidad. “Son dos mundos completamente distintos, fue un choque cultural muy fuerte en mi infancia, fue comenzar de cero. Pero eso no anuló mi cultura, sino que la enriqueció, me permitió entender mejor de dónde vengo”, expresó en entrevista con esta Agencia de Noticias.

La “sistemática” cotidianidad de los jóvenes de su segunda patria —la de su padre— le sirvió para comprender un contexto en el que por tradición nadie se acerca a la soledad del otro. Y la idea que le surgió fue unir lo mejor de sus dos mundos: Japón y Colombia, para evitar el suicidio en el primero y poner en el mapa internacional al segundo. Ese trabajo fue ejemplo de liderazgo en la conferencia que dictó el 3 de abril en la Universidad del Norte, en un evento de Bienestar Universitario en alianza con la Cruz Roja. 

“La primera vez que me invitaron a una rumba, que allá no es un baile sino un karaoke, me alegré mucho, quería decir que me sentían como uno de ellos. Emocionado pregunté cuándo era, me dijeron que en mes y medio, que llamaban para confirmar si podía ir. “No sé, yo soy latino, llámeme una semana antes y le digo si puedo”, contesté”. Con la anécdota Yokoi contextualizó a su audiencia sobre las diferencias entre colombianos y japoneses.

Fueron episodios como esos los que hicieron que Kenji se propusiera hacer un ‘turismo con propósito’, como más adelante se llamaría su fundación. Llevó colombianos de intercambio a Japón y convenció a japoneses de pasar unos meses en Ciudad Bolívar, el barrio donde vive en Bogotá. Los latinos llegaban con su “extravagancia” a mostrar el cariño y la alegría —“y el baile”— que los caracteriza para abatir la “tristeza colectiva” de los asiáticos, mientras estos les enseñaban un poco de disciplina.

“Por su forma de ser, los colombianos expresan con mucha facilidad lo que sienten. Mi padre nunca me dio un abrazo, porque su padre nunca lo hizo con él. Por eso acá somos más felices”, contó ante su público. Así, poco a poco, se fueron dando los intercambios entre las dos culturas, con un objetivo en común: nunca perder la humanidad.

Ese fue el consejo que el colombo-japonés le dejó al grupo de jóvenes —muchos de ellos voluntarios en alguna fundación social— que atendía concentrado su charla. Evento que se dio al tiempo que uno de sus organizadores, la Cruz Roja, desplegaba un gran equipo para socorrer las necesidades de la reciente tragedia en Mocoa; en la que un alud causado por el desborde de tres ríos ha dejado hasta el momento más de 270 muertos.

“La vida está llena de glorias y tragedias, vivir se trata de reaccionar en cualquiera de los dos escenarios, por muy desolador que se vea uno. En la mentalidad japonesa a veces sale el sol y a veces llueve. No es el momento para cuestionar porqué pasan las cosas, sino para salir a ayudar. Son muchos los que sufren, pero la mejor terapia es la unión”, concluyó. 

Por Adriana Chica García

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