Roble amarillo, el testigo silencioso de nuestro crecimiento

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Robles amarillos florecidos en el campus universitario.

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10 mar 2016

Símbolo de nuestro pasado terrenal y prenda de nuestros futuros ideales, eso representa el majestuoso e imponente roble amarillo para la Universidad del Norte, un árbol que sobresale entre la vegetación por sus llamativas flores amarillas que embellecen el paisaje, convirtiéndolo en un sello que nos recuerda cada día el compromiso y el respeto hacia la naturaleza.

Este guardián del campus ha sido testigo silencioso de su crecimiento. Su historia y la de la universidad se entrelazan desde el momento en que se colocó la primera piedra de la actual edificación en el kilómetro cinco. En el corredor verde que conecta el edificio administrativo Casa Blanca y la Biblioteca, se encuentra el roble amarillo insignia, pero son en total 64 los que conforman el patrimonio natural de nuestro campus.

Su floración, que paradójicamente se produce en la época seca del año, atrae insectos y colibríes hasta sus flores acampanadas, de color amarillo intenso, las cuales después de polinizadas, caen del árbol creando una alfombra de pétalos que capta la atención de todo aquel que transita por el lugar.

El roble amarillo está presente en cada aspecto de la institución. En la académica, la beca Roble Amarillo es otorgada a los mejores bachilleres de la región. Como símbolo vegetal, es considerado el árbol de la amistad y es sembrado en los jardines de la universidad en actos simbólicos que comprometen a propios y visitantes con la protección del medio ambiente y la necesidad de convivir en armonía con la naturaleza.

El roble amarillo, también es conocido como guayacán, cañahuate y araguaney, pero su nombre ante la comunidad científica ha cambiado a medida que se perfeccionan los sistemas de clasificación. En 1797 se registró por primera vez la especie con el nombre Bignonia chrysantha, por Nicolaus Jacquin, uno de los más grandes botánicos del siglo XVIII, y modificado por última vez en 2007 al incluirlo dentro de los Handroanthus, conociéndose hoy día como Handroanthus chrysanthus.

Como árbol nativo de los bosques secos de América tropical, las épocas de sequía estimulan la producción de flores, frutos y semillas en el roble amarillo, pero también la pérdida de hojas, para reducir su volumen. Así evita exponer su tejido a la deshidratación, por lo que entra en un estado latente a la espera de lluvias para acelerar sus procesos biológicos.

La estrategia de reproducción del roble amarillo y en general de los árboles con flores, es tan efectiva que los ha puesto en ventaja con relación a aquellos que no las producen. Su color es llamativo para los insectos y las semillas son aladas para no caer directamente al piso, sino distribuirse con las corrientes de aire, por esto, el espectáculo de colores que brindan los robles amarillos florecidos en los primeros meses del año, es posible contemplarlo en los departamentos de Amazonas, Bolívar, Cesar, Chocó, Córdoba, Guaviare, Magdalena y Tolima, incluso por su belleza es considerado árbol nacional de Venezuela.

Todo en el roble amarillo es de admirar, evolutivamente el color característico de sus flores ha sido exitoso para atraer buenos polinizadores que ven las delgadas líneas rojas presentes dentro de estas como pistas de aterrizaje para obtener néctar, dando inicio a un complejo proceso de reproducción.

Sus hojas son dentadas y tienen una infinidad de cortos pelos, parecidos a un terciopelo. Causan intriga incluso en la comunidad científica, pero se piensa que ayudan a disminuir la evaporación al crear una capa extra que impide que el sol seque la hoja.

El principal uso de su corteza rugosa y fisurada por grietas verticales y profundas, es el medicinal, al considerarse eficaz para tratar reumatismo, artritis, inflamaciones e infecciones. Antiguamente, su madera dura era usada para construir casas, muebles y cercos.

Las ramas son escasas y gruesas, pero muy apetecidas por comejenes e iguanas; los consumidores naturales de los robles en la universidad. Sin embargo, el curso de la evolución ha dado como resultado que el árbol produzca la cantidad necesaria de hojas para garantizar su supervivencia.

Hasta 35 metros de altura y 60 centímetros de ancho logra alcanzar un roble amarillo en su vida. En nuestra universidad, el más pequeño tiene 4 metros y 21 el más alto, los cuales se concentran en su mayoría en las zonas verdes ubicadas en las entradas de la institución, dándole la bienvenida a toda la comunidad universitaria. "Ennobleciendo con sus flores amarillas, encendidas de luz, el espacio natural de nuestros afanes y nuestra lucha diaria, desde hace varias décadas", como dijo el rector Jesús Ferro Bayona.

Por Luis Navas Cohen

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