Una venia para la cumbia

cumbia-2016.jpg
Lisandro Polo, rey Momo del carnaval 2016, en el momento de su coronación en la Noche de Tambó, en compañía de los juglares.

Por:

21 feb 2016

En una esquina del popular "Barrio Abajo" de Barranquilla, cientos de personas se reúnen en torno a la música más representativa del carnaval: la cumbia. Es un viernes de Rueda de Cumbia, una noche que se repite todos los viernes de precarnavales y que cierra con la Gran Noche de Tambó, donde se da la rueda más grande y más concurrida.

—¡Bienvenidos a la rueda de cumbia! ¡El verdadero carnaval! —así recibe uno de los asistentes a sus amigos, quienes parece que es la primera vez que vienen; todavía están en proceso de adaptación y reconocimiento del lugar. Mientras tanto el experto les comenta sobre lo más característico del acontecimiento: que un grupo de música toca y la gente se aglomera a su alrededor y empiezan a bailar cumbia en círculo; que este es un evento de calle, no pago y que esta es la esencia de la fiesta más tradicional de Colombia.

Así va la noche. La esquina de la carrera 52 con calle 50 es el escenario. Algunos solo miran el ritual. Sonríen y se dejan contagiar por la emoción que despierta la música. La mayoría del público es muy joven, con pinta de rockeros, por lo del descuido en el vestir, aunque esta también es la pinta para el carnaval.

Aplauden con mucha más emoción cuando la canción es conocida. Todos miran al centro, a la rueda; de vez en cuando entran en ella, dan un par de círculos y luego salen empapados de sudor; porque la temperatura ahí dentro es por lo menos cinco grados más alta. Otros solo prefieren mirar y bailar al son de los empujones de la gente que pasa y pasa y no deja de pasar; no mintamos, esto también hace parte de la fiesta.

Cada quien baila a su ritmo. Aquí no es necesario conocer la técnica pura, ni "llevar en la sangre la música", basta con hacerle caso a los tambores, la flauta de millo, la caja o la gaita que suenan e incitan al cuerpo a contonearse. Los extranjeros sí que saben hacerlo (este año la devaluación del peso con respecto al dólar atrajo a una cantidad inusual de visitantes de todas partes). Su arritmia es tan exagerada que es fácil reconocerlos, y su olor tan penetrante que un olfato juicioso podría realizar un ejercicio de identificar las nacionalidades con los ojos cerrados y la nariz atenta. Pero ellos también disfrutan.

—Me siento como en el Tayrona —le confiesa un argentino a sus acompañantes, un grupo de turistas de ese país. Sabrá él lo que eso significa, pero debe ser bueno. Su cara lo dice más claro.

La multitud está embelesada por la música. La rueda se ha crecido, cuando un joven, a claras novato en esto de la cumbia, grita:

—¡Ay, que wepa, wepa!
—¡Wepajé! —responde al unísono el resto de asistentes. Uno de los amigos del joven le choca la mano para celebrarle el grito. Es bacano ser protagonista, así sea por un momentico. Esta es la cumbia, la expresión que realmente manifiesta eso que dicen los barranquilleros sobre el carnaval: el espacio donde ricos y pobres se sienten uno solo. ¡Qué viva la cumbia!


Una cumbiambera hace alarde de su técnica para bailar durante la rueda de cumbia de la Noche de Tambó.

 

La cumbia no muere
Desde hace varios años, la organización del carnaval viene haciendo esfuerzos importantes para conservar la tradición de la fiesta. En 2016 se puede decir que este propósito marcó el desenlace de toda la programación. Principalmente porque a la cumbia se le dio el papel que se merece. El de protagonista. Hasta la reina Marcela García tuvo la sapiencia de cederle su poder de mando en la Batalla de Flores. A la cumbia, y también al rey Momo, Lisandro Polo. Este último, un músico del folclore del Caribe, a quien hace unos 30 años "lo atropelló el tren de la música tradicional", según dice.

La reina Marcela tomó la mano de Lisandro y la levantó en más de una ocasión. A lo mejor era consciente de que, quizá, pasados unos cinco años pocos se acordarán de su nombre, pero el de este músico, con proyección de convertirse en juglar, retumbará cada año cuando los cumbiamberos, los "tamboadictos" y amantes de la tradición se reúnan en el ritual sublime de la rueda de cumbia que promueve Polo en su Noche de Tambó.

Un ritual que retoma el sentir primero de la cumbia: el acto de enamorar y seducir. Y aunque hoy la naturaleza de esta danza haya sucumbido a las consecuencias de una ciudad que creció y de las nuevas generaciones que se dejaron influenciar por culturas de todo el mundo, hay algo que la hace imperecedera. ¿Qué es ese algo? Los que la viven dicen que la respuesta está en la sangre, en el alma, en nuestro pasado, en un sentimiento ancestral… Puede que haya algo de eso, pero al ver a tanta gente de todas partes del mundo moviendo las caderas al ritmo que les permite su complexión cuando suena la música, es fácil sacar una conclusión terrenal: lo bueno será bueno siempre.

 

También hay poesía. "Lo más bonito de la cumbia es sentirla, dejarse envolver por esa magia, ya sea musicalmente o a manera de baile. Cuando estás tocando, hay melodías que te transportan. A mí me gustan mucho las gaitas; yo me veo allá en Oveja con los maestros, con los viejitos. Y si estás bailando y te compenetras bien con la pareja, te envuelves y te sientes en el aire. Es dejarse llevar, vivirla, sentirla. Dejarse envolver por ella", dice Lisandro Polo durante la Noche de Tambó, el 5 de febrero, momentos antes de subir a ser coronado como rey Momo del carnaval 2016.

Polo es un hombre de semblante fuerte, su rostro es casi inexpresivo. Tiene una cara sobria, ruda, en la que su risa parece fuera de lugar. De lejos es atemorizante, pero solo es preguntarle algo sobre la cumbia y el tipo se convierte en una criatura dócil. Esa noche está más feliz que nunca. Su Noche de Tambó (porque esta es una idea de él y su Grupo Tambó) se ha ganado el corazón de los carnavaleros más exigentes, de aquellos que conocen de memoria las canciones de los juglares, de esos que saben si la música suena bien, de los que entienden por qué los hombres visten de blanco y las mujeres usan pollera. Hoy Polo está satisfecho.

"Se siente un regocijo, algo chévere. Uno no hace las cosas para que se las reconozcan. Uno hace las cosas porque le gusta. Y si a uno le reconocen eso: chévere. Yo siempre he creído que nadie ama aquello que no conoce ni defiende lo que nunca ha amado. Esto es lo que me gusta. He venido trabajando con esto desde hace rato, porque esto es lo que me nace, es mi alma", son sus palabras.

La Noche de Tambó es el mejor ejemplo para ilustrar que la cumbia ha reconquistado el corazón de los barranquilleros. Es cierto que hubo una época en que reinaba el escepticismo sobre el futuro de la tradición. Otras boberías sobresalían y robaban protagonismo. Cuenta Polo que cuando empezó a tocar música tradicional había pocos grupos que se inclinaban por estos ritmos, pero poco a poco se retomó el camino que le dio vida a las carnestolendas, sobre todo desde que el Carnaval fue nombrado patrimonio de la humanidad por la Unicef en 2003.

Así que la noche del rey Momo estuvo ambientada por varios grupos liderados por jóvenes decididos a elevar el sentir de esta música. Hasta los niños tuvieron su momento. Los del grupo "Del Carnaval al Aula", un programa que cuenta con el apoyo de ExxonMobil de Colombia, la Universidad del Norte y La Fundación Carnaval de Barranquilla, y cuyo objetivo es promover la música como una herramienta que aporte en las competencias académicas de los niños. Porque demostrado está que la cumbia sirve para diversidad de cosas. El profesor de percusión de la agrupación, Carlos Gutiérrez, ahora quiere demostrar que el folclore, con su ritmo insigne, sirve para ayudar a niños con problemas de atención.


Los maestros Catalino Parra, Pedro "Ramayá" Beltrán, Gregorio Almeida y Juan "Chuchita" Fernández observan atentos lo que pasa en la tarima de la Noche de Tambó. Son los únicos que tienen un puesto privilegiado. 

 

Pero los mandamases esa noche fueron los juglares: Catalino Parra, Gregorio Almeida, Pedro "Ramayá" Beltrán y Juan "Chuchita" Fernández. Los cuatro están justo enfrente de la tarima donde los músicos tocan sus melodías a la multitud que se aglomera en la plaza de la paz; pero definitivamente tocan para los cuatro invitados de honor, en busca de su venia, los quieren impresionar y ellos miran complacidos. Estos señores sonríen como si la cumbia fuera lo único que importa en sus vidas, y posiblemente lo sea. Al fin y al cabo le deben su vida a esta música.

Es la hora de la coronación. Los cuatro suben para poner la corona a Lisandro Polo. Es una corona tejida en cañaflecha por los indígenas de San Andrés de Sotavento, Córdoba. La ceremonia tiene un significado especial para Polo, pues la gloria de liderar la fiesta que lo apasiona le llega en su campo, y de la mano de quienes siempre admiró.

Al ver a tanta gente reunida en su festejo dice sentir alegría y la satisfacción del deber cumplido. "Chévere que la gente vea que cada año es mejor. Siempre queremos mantener la esencia de lo que es la auténtica fiesta, las músicas tradicionales. Es lo que siempre hemos querido y sobre todo con los valores nuestros, con esos juglares, y traerlos hasta que ellos digan que se quieren ir. Siempre van a ser los principales invitados".

Abran paso a su majestad
Que las comparsas hoy en día se ven espléndidas con sus trajes vistosos y coreografías técnicamente exigentes; que la organización de los desfiles, con sus altas y bajas, le ha dado un toque de refinamiento a la fiesta; que la gente cada vez es más juiciosa y ordenada cuando asiste a los eventos de carnaval; son cosas que han sido necesarias para que el disfrute esté al alcance para la mayoría de personas. Pero el carnaval no nació así. Y tampoco la cumbia.

La cumbia se consolidó en las calles, en donde se bailaba con la libertad de la pareja. Un acto que se asemeja a la conquista y que, por ende, es individual. Cuenta la cumbiambera Beatriz Ospino, que la real y verdadera cumbia no requiere de coreografías, por lo que a los más tradicionales de este baile les costó trabajo acostumbrarse a bailar con coreografías. "Teníamos que hacer lo mismo todas las parejas, mientras que en la cumbia libre nadie se enamora igual a nadie", dice Ospino, y agrega que a pesar del cambio al cumbiambero no lo cambia nadie ni nada, porque sigue sintiendo la misma pasión. Pasión que todavía algunos no comprenden. 

***


Cumbiamba "La Pollera Colorá" en el desfile de la Batalla de Flores.

 

Es sábado de carnaval, son las 12:30 del mediodía. Batalla de Flores a punto de empezar. Las agrupaciones de cumbia se alistan para salir al ruedo, esta vez lideran el desfile más esperado. "Su majestad la cumbia", es el cartel que deja claro quién manda aquí.

Al final de las cumbiambas está "La Pollera Colorá", una de las que más se esfuerza por mantener cada detalle a la perfección. Cada año cambian el vestido para teñir de elegancia eso que tanto les gusta. Las cumbiamberas terminan algunos detalles mínimos en el vestir, otras arreglan a sus parejos. Y de repente, una de las mujeres empieza a llorar con miedo. Ella es de piel morena y sus ojos son del color de la miel más clara que puede haber; un contraste exótico que se ilumina aún más con el brillo que le aportan las lágrimas: ¿qué le pasó a la mujer?, ¿se le murió alguien?, ¿le duele algo?, ¿la atracaron?...

—¿Qué te pasa? —la socorren sus compañeras.
—No tengo parejo —responde la desconsolada mujer, que entierra su rostro en el pecho de una compañera. Los demás la entienden: es una tragedia en este momento, la peor que puede pasar.

A un costado, Max Visbal, director de la cumbiamba, se encuentra en estado de concentración. Es un tipo muy alto, mínimo debe medir 1,83 metros. También es muy gordo. Hace pruebas de sonido, conversa con el equipo de logística y trata de mantenerse en estado de calma. Después de todo son cinco kilómetros los que se le vienen encima. ¿Si le alcanzará el físico para hacer todo ese recorrido?

—Claro. Póngale la firma que sí —dice sin trastabillar.

Arranca el desfile. Max corre de un lado para otro. No baila, dirige, pero grita emocionado para marcar el paso. Atrás quedó el señor obeso, serio y preocupado. Este hombre sería capaz de ir y venir bailando cumbia. Hasta se le ve menos obeso. Es una transformación: ahora es un cumbiambero.

Por Jesús Anturi

Más noticias