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¿El fin del empleo?

Siempre he estado convencido de que la estrategia de la educación para combatir el desempleo es condición necesaria mas no suficiente. Pensar que, mágicamente, las personas consiguen trabajo porque se educan es uno de los mitos más repetidos de los teóricos de la ortodoxia económica con las teorías del capital humano. Si no acompañamos la estrategia de la educación con un desarrollo productivo vigoroso que genere empleo de calidad estaremos sembrando frustraciones que estallarán en las generaciones jóvenes, pues no todos tendrán la posibilidad de ‘votar con los pies’, es decir, migrar. Lo que nos pasa ahora con Venezuela, y lo que sucede en el mundo, nos debe hacer entender que la mejor estrategia de lucha contra la pobreza es la generación de empleo, lo demás son analgésicos del problema central.

A comienzos de este año, la OIT publicó un informe que a fecha de hoy incluso nos parece se quedó corto. La crisis del 2008 ha generado la pérdida de 61 millones de empleos, y el 2015 generaría 8 millones más de desempleados, llevándonos a un total mundial de 212 millones en el 2019. Si a ello le añadimos el tema del empleo precario o informal, las perspectivas son preocupantes.

En 1930, en medio de la Gran Depresión, el gran economista británico John Maynard Keynes, publicó un ensayo titulado “Las posibilidades económicas para nuestros nietos”, en el cual, en medio de la desesperanza de la época, Keynes dibujaba un escenario optimista en cien años, es decir, 2030. Su tesis central era que la acumulación de capital estaba transformando el mundo, y que la motivación del lucro había desatado fuerzas productivas y tecnológicas descomunales. Pero ello, según Keynes, permitiría algún día liberarnos de la tiranía de la obsesión por la acumulación de dinero, y más bien verlo como un medio para el disfrute de la vida. Basándose en sus estimaciones, Keynes pensó que  sus nietos ya no tendrían que trabajar sino quince horas a la semana, gracias a la abundancia que se habría creado. A la fecha, debido a que las políticas económicas que se han seguido desde los años 80 precisamente se han alejado de la visión keynesiana, hoy asistimos a un mundo donde se trabaja más que antes, y se piensa en extender la edad para poder jubilarse. Nos movemos en dirección contraria.

El problema del desempleo se agravará, según lo manifiesta Derek Thompson en su crónica “A World Without Work” (revista The Atlantic, julio-agosto 2015), dada la velocidad del cambio tecnológico, la robotización y digitalización de las actividades.  Se piensa ahora que no es una fantasía ludista, sino que hay un temor real a que esta vez estamos en problemas serios. Se estima que en treinta años las nuevas máquinas podrán remplazar en un 50% la fuerza laboral en Estados Unidos. La visión tradicional de estudiar para conseguir un empleo para toda la vida quedará hecha trizas. En su lugar,  surgirán nuevas ocupaciones creativas, contingentes y útiles para la comunidad. El tiempo libre deberá aumentar y si el estado apoya, se darán condiciones para crear una sociedad postcapitalista, siempre que la ética pecuniaria sea derrotada con cambios políticos acertados. A lo mejor Keynes tendría razón.

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