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Colombia: la dependencia en el sendero

En un famoso ensayo de 1985 de Paul A. David “Clio y la Economía del Qwerty”, de la Universidad de Stanford, se explicaba cómo a pesar que el teclado Qwerty de las máquinas de escribir se había demostrado era menos eficiente que el teclado DSK o Dvorak, el primero terminó imponiéndose sobre el segundo, aun en la época de los computadores. A pesar que se trató de explicar el problema como resultado de manipulaciones de la Remington, fue quedando claro que en la medida en que las personas y las empresas se habían acostumbrado a este teclado inicial, era muy costoso y problemático cambiarlo. Así nació el concepto de la “dependencia en el sendero” el cual indica que las sociedades, una vez toman decisiones en momentos críticos sobre su ordenamiento político, social y económico, después es difícil devolver el camino andado.

En Colombia, decisiones previas tomadas por las élites colombianas al final de la Guerra de los Mil Días, con la exclusión por décadas del Partido Liberal del poder del Estado, la violencia conservadora desatada en los años 40 para recuperar en forma absoluta el poder, con un costo en víctimas de más de 300.000 colombianos, nos llevó al Frente Nacional, el cual a su vez, al excluir el resto del espectro político colombiano, llevó a la insurgencia del presente, con su terrible costo en víctimas, desplazamiento y retraso económico. Desde los años 60 la reforma agraria fue y sigue siendo aplazada, consolidándose la propiedad terrateniente hasta la época actual, la cual registra, según expertos, coeficientes de Gini superiores a 0,80, lo cual es una aberración en cualquier sociedad civilizada. La influencia nefasta del narcotráfico deshumanizó el conflicto y lo degradó, llevándolo a las terribles realidades de hoy. Es una  típica dependencia en el sendero, del cual no hemos podido salir, hasta que los diálogos de La Habana han abierto por fin esa esperanza.

En un trabajo de Mauricio Santa María, N. Rojas y G. Hernández, “Crecimiento Económico y Conflicto Armado en Colombia” (DNP, agosto 2013) se estima que una cesación del conflicto armado le permitiría a la economía colombiana crecer por lo menos casi dos puntos anuales sobre su actual tasa de crecimiento. Este conflicto obliga a una fuerte desviación de recursos, los cuales podrían usarse en crecimiento, empleo y desarrollo social. Se pregunta uno, si ello es así, ¿por qué hay tanta resistencia a generar las condiciones para un proceso de paz en Colombia? La razón parece radicar en aquello que John K. Galbraith señalaba como clave para una sociedad como es “la sabiduría convencional”. En nuestro país no se ha entendido que siendo nuestras fronteras porosas y extensas, exterminar a las guerrillas por la vía militar es casi un imposible militar y logístico. Además, el negocio de la guerra lleva a los contratistas y beneficiarios de la misma a que esta se mantenga indefinidamente, pues son decenas de billones de pesos que anualmente consume.   Por ello, la cita del próximo domingo es crucial: nos salimos del sendero del conflicto con la propuesta del cese del conflicto, o nos enredamos otra década más en la guerra.

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