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La amenaza de vientos deflacionarios

 

 

 

En un mundo interconectado como el que vivimos, las palabras del primer ministro chino Li Keqiang frente a un grupo de líderes globales en el Foro Boao, el pasado 10 de abril, dejaron preocupado a todo el mundo. Este foro en Asia equivale al Foro Económico Mundial de Davos en Occidente. Ante señales de contracción en las exportaciones chinas en marzo, la meta de crecimiento chino para el 2014 se ha moderado alrededor del 7.5%, tasa que lógicamente nosotros envidiamos, pues si nos va bien, este año no pasamos del 4.5%. La señal que esto transmite a todos los países es clara: se seguirá frenando la demanda por la canasta de productos energéticos del gigante asiático, quien a su vez ya empezó su búsqueda desenfrenada de gas de esquisto (shale oil) en la misma China para empezar a reducir sus importaciones de carbón. Los chinos también han identificado un debilitamiento de su demanda interna en el sector de la construcción, por lo cual es muy lógica su decisión de pausar su crecimiento económico. Sin duda, ello impacta a los países que han cifrado su modelo de crecimiento en el sector minero-energético, y Colombia no es la excepción junto a las llamadas economías emergentes.

En forma paralela, ha empezado a incrementarse la preocupación con respecto a caídas preocupantes de las tasas de inflación anuales en todas partes, con la excepción lógica de Venezuela. Que la inflación de un país se acelere por encima del 10 o el 20%  preocupa a todos los economistas. Pero niveles de inflación de menos del 1% en Europa ya se vuelven amenazantes.   Se constituye una sorpresa para todos los economistas, quienes han sido formados en la ortodoxia, según la cual la peor amenaza es la inflación. Ahora estamos en el escenario opuesto, pues una deflación es una clara señal de que la economía se está deteniendo, y que no hay señales positivas con respecto a la expansión de la demanda agregada. A los bancos centrales se les puede ir acabado el arsenal de políticas monetarias en donde la trampa de liquidez, como en Japón, es un panorama indeseable.
Se dice que la economía colombiana está blindada frente a estos fenómenos globales, pero debemos ser realistas y reconocer la fragilidad de nuestro modelo de desarrollo, basado en el sector minero. Una muestra de esa debilidad fue la caída del dólar sufrida recientemente solo porque un banco de inversión, el JP Morgan, consideró que debía cambiar la composición de su portafolio con más TES de Colombia, debido a las ventajas que les dimos en la pasada reforma tributaria con una tasa de utilidades del 14%. El flujo  de dólares amenaza con desbaratar la estrategia exportadora y nuestros esfuerzos contra la revaluación. Más que confianza en nosotros, ello revela la fragilidad de nuestras políticas en estos escenarios globales. Estos vientos deflacionarios no se han sentido en Colombia todavía con fuerza, debido  a que hemos contado con la expansión de la demanda doméstica, la construcción y la inversión pública en infraestructura. En Barranquilla, es hora de ser prudentes también en materia de inversiones, pues los cambios nos pueden tomar por sorpresa.

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