Tanto el Gobierno Nacional como el local nos dejaron sendos regalos de Reyes Magos, para que disfrutemos el 2017, después de las fiestas de fin de año. A nivel nacional, el ridículo aumento del 7% en el salario mínimo, auspiciado por una ministra de la izquierda colombiana, permitió mejorar a los trabajadores colombianos en un 1% o 2% para el año en curso, si es que la inflación sigue descendiendo a cuenta gotas, esperando que vuelva a su objetivo, después de tres años de duros esfuerzos de nuestra ortodoxa política monetaria, la cual parece querer aflojar, después de que ya estamos en una desaceleración peligrosa, siempre protegiendo los intereses reales del sector financiero. Nadie esperaba locos aumentos populistas, pero un 9% o 10% habría sido más decente para una ministra del Trabajo progresista. El otro regalo que nos dejaron fue la Reforma Tributaria, que de estructural nada tuvo, fue simplemente fiscalista, con el alegato de “proteger la canasta familiar”, olvidándose de que para producirla hay que utilizar insumos que sí sufrirán un aumento del IVA, impactando en un 1% o 2% la canasta familiar en este año, borrando la supuesta mejoría lograda, a la vez que se aliviaron las cargas empresariales en materia tributaria .Un tercer regalo fue el escándalo Odebretch, donde ahora parece que en Colombia nadie recibió los $11,5 millones de dólares en sobornos, con una Fiscalía que se apresuró a decir que lo de Navelena está bien, siendo que hubo reservas cuando esta licitación fue adjudicada hace años, por lo que después se vino a comprobar con las andanzas de dicha empresa. Ojalá así sea y no se vean embolatadas las obras del Río, pero a los ciudadanos nos deben decir quienes recibieron esos pingües regalos.

A nivel distrital, el entusiasmo del cemento no cesa, canalizando arroyos a $75.000 millones el kilómetro, cifras que, a todas luces, expertos ingenieros me dicen que es excesiva. Bueno que en Barranquilla se hagan obras, pero a qué costo, y cómo se endeuda la ciudad hasta el 2035 no parece ser importante, es terquedad la crítica de los antiunanimistas. La pérdida de competitividad de la ciudad ha sido dura para los constructores locales, quienes no han podido tumbar la revivida estampilla pro-hospitales por tercera vez, donde nadie entiende por qué un sector económico debe financiar la construcción de hospitales, y no todos los sectores empresariales en general, rompiéndose el principio de la equidad horizontal, además del alza del impuesto de alineamiento. Pero es que al agobiado sector de constructores locales, desplazados por las compañías del interior del país, con mayor capacidad económica, se le ha sumado la reciente alza en notarías, registro de hipotecas y los tradicionales impuestos. No es extraño que ya se sienta una desaceleración en el movimiento inmobiliario de la ciudad. Sorprende la pasividad de Camacol ante esta tremenda situación. Los otros regalos son la liquidación del Damab y de Promocentro, donde ahora se nos confiesa que hay unos huecos fiscales que después de tantos años de administración de la misma corriente política se hubiesen demorado tanto en corregir.