Mis simpatías por la Sociología se generaron ya desde mi bachillerato en el Colegio Americano. Luego, mi vocación por las técnicas cuantitativas me hicieron decidirme por la Economía como disciplina. Mi familiaridad con las Ciencias Sociales me llevaron a la enseñanza de la Economía Política a comienzos de los años 70, en la Universidad Simón Bolívar, la cual recogió la disidencia intelectual que se generó en la Universidad Autónoma del Caribe en su programa de Sociología, refugiada después en la Universidad de Barranquilla, la cual, al cerrarse, pasó con sus programas a la Simón Bolívar.

En un primer semestre, tuve como alumno a esa persona tan alta como yo, ingeniero agrónomo, con su poblada barba, con ansias de aprender y compromiso total con lo social como fue Alfredo Correa. Ya muy temprano intervenía y participaba activamente. Desde esa época surgió una excelente amistad y vi fructificar la vida de este hombre caribe en todos los planos, hasta que las balas del odio y la intolerancia segaron su vida.

Por ello, asistir al lanzamiento del libro Sociología desde el Caribe colombiano resultaba no solo un deber teórico sino también personal, frente a su herencia intelectual, afortunadamente recogida por Jair Vega, y con un excelente prólogo del Dr. José Amar, lleno de humanidad y reflexiones teóricas, bajo el sello editorial de la Universidad del Norte, donde Alfredo fue profesor también.

Al morir, de nosotros solo quedan fotografías, recuerdos y lo que hayamos escrito. Alfredo nos dejó una abundante herencia. Su mirada sociológica del hombre caribe le haría reflexionar a muchos economistas neoclásicos que nos quieren encasillar en la lógica de la racionalidad del costo-beneficio.

Su búsqueda del “hombre caimán” (Fals), y la importancia que le dio a la cultura, destacó el tremendo rol que este componente jugaba en nuestras conductas políticas y sociales.

Sus escritos sobre participación ciudadana, que él llevó a la praxis con el compromiso político en el primer gobierno del padre Bernardo Hoyos, el cual fue progresivo, vale la pena leerlos, precisamente en estos tiempos cuando el caudillismo otra vez se ha asentado en la ciudad, minimizando la construcción de la institucionalidad organizada de los ciudadanos, bajo la pasividad del Concejo Distrital y un unanimismo dañino. La democracia no se reduce al concreto.

Se trata de que los ciudadanos de verdad participen en sus asuntos y aprendan a resolver sus dificultades, que son muchas. Siempre me llamó la atención del uso que hacia Alfredo de la categoría del hombre caribe como un ser “sentipensante”, es decir, un individuo que combinaba la racionalidad con lo que la cultura le marcaba, en forma creativa.

Para una ciudad que vio cerrar dos programas de Sociología,  profesión afortunadamente rescatada por la Universidad del Atlántico hoy en forma vigorosa, este libro es un activo teórico sin el cual, nunca podremos entender a fondo lo que es el hombre caribe y su rol esencial en el postconflicto que se avecina.