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Los libros de papel

A pesar de las precauciones que se tomen, alejándose preventivamente de las redes sociales, seleccionando con cuidado las fuentes de información y guardando un control sobre el tiempo que se dedica a revisar las noticias, es inevitable terminar el día con diversas sensaciones de inquietud. Cuando no son los desastres que acontecen en Ucrania nos enfrentamos a escenas perturbadoras desde una Shanghai atormentada por la pandemia, a incertidumbres relacionadas con el funcionamiento de la cadena global de suministros, o al llamativo encarecimiento de todo lo importante. Por eso resulta necesario rescatar las cosas positivas entre tanto desorden.

Contra todos los pronósticos, parece que los libros de papel están volviendo con fuerza. En España, según un artículo reciente del diario El País, durante el año pasado la venta de libros en ese formato ha subido en una proporción cercana al 40%, un dato notable que desafía varios prejuicios. No solo eso, las librerías de toda la vida también están recibiendo oxígeno. Una nota publicada casi al mismo tiempo, desde el New York Times, asegura que Barnes & Noble, la cadena de librerías más grande de los Estados Unidos, que alcanzó a tener 600 locales en aquel país, ha incrementado levemente sus ventas tras varios años de descenso implacable, recuperándose de la serie de golpes que vaticinaban su desaparición frente a gigantes tecnológicos como Amazon y su interminable catálogo.

Ignoro si en Colombia están pasando cosas similares, pero esas señales que nos llegan desde sitios más desarrollados son estimulantes. Es una gran noticia que a pesar de todo el bombardeo digital las personas continúen visitando un formato centenario, superando las distracciones de un estilo de vida que parece cada vez más dependiente de los exasperantes teléfonos «inteligentes» y similares. Desde luego, puede que buena parte de ese fenómeno se deba a las condiciones impuestas por la pandemia, quizá una especie de atiborramiento de pantallas que invitó a más de uno a recurrir al encanto del papel, pero da igual, eventualmente algo quedará.

Por mi parte, no dejaré de resaltar la importancia de los libros. La suerte que tuve al tener acceso desde niño a la biblioteca de mi abuelo, que en cualquier caso era bastante modesta, con seguridad motivó algunas de mis preferencias posteriores. Es una lástima que esa colección se haya perdido. Me queda el recuerdo de una edición de los años veinte de la Divina Comedia de Dante, ilustrada con los maravillosos grabados de Doré, que fueron el combustible de varias de mis precoces pesadillas; unos volúmenes de Rudyard Kipling que me introdujeron, antes de que pudiese ver las adaptaciones animadas, al mundo de Mowgli y sus amigos; enigmáticos ejemplares de Homero, Hermann Hesse, Alberto Moravia, Aldous Huxley; en suma, un pintoresco portal que me permitió conocer mucho más de lo que ofrecía mi entorno inmediato, que a decir verdad, no era tan interesante. Ese es el valor que tiene la literatura, la gracia de un buen libro: su capacidad de enriquecer la vivencia de cualquiera que tenga el ánimo y el método. Además, para disfrutarlos no hace falta ni señal ni batería.

Fotografía tomada de https://www.unsplash.com

Publicado en El Heraldo el jueves 21 de abril de 2022

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