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Los migrantes

El intenso flujo de noticias que arrojan los dispositivos digitales tiende a distraernos continuamente. Parece que da lo mismo si se trata de algo banal o grave, las cosas se olvidan pronto, o no se atienden; realmente es complicado seguirle el ritmo a la actualidad. Fenómenos naturales, sobresaltos económicos y matanzas diversas, se confunden en una sola canción dictada por los algoritmos, por eso, la tragedia del pasado 24 de junio en el puesto fronterizo de Melilla pasó, como muchas otras, prácticamente desapercibida. 

Lo que sucedió no fue menor. Al menos 23 africanos, probablemente más, perdieron la vida cuando trataban de llegar al enclave español desde Marruecos. El registro parcial de lo acontecido es escalofriante. Se observa en un video a una masa de personas tiradas en el piso, aprisionadas unas sobre otras, con gestos de agonía o inmóviles, sin que pueda identificarse alguna acción de socorro. Las imágenes recuerdan los truculentos montones de cadáveres que encontraron los aliados cuando descubrieron los campos de concentración nazi, testimonios de una época oscura que no terminamos de dejar atrás. Se ha informado que los migrantes, la mayoría sudaneses, fueron maltratados de manera quizá desproporcionada por las autoridades marroquíes, que a golpes y atropellos intentaron detener el intento de cruce, propiciando el aplastamiento y la asfixia de la mayoría de las víctimas y no pocos heridos. Un horror.

En esta columna no es posible analizar con acierto los hechos asociados a tan lamentable suceso, por lo tanto, dejaré de lado las circunstancias específicas. Sin embargo, si algo nos queda de humanidad, resulta inevitable conmoverse. 

El asunto de las migraciones forzadas es complejo, compartiendo espacio con otros dilemas que se antojan eternos, como el aborto o la eutanasia. Hay quienes quieren adoptar una postura de puertas abiertas y hay quienes preferirían una prohibición agresiva. Un análisis juicioso encontrará que ambos bandos tienen argumentos válidos. No es posible ignorar las penurias que sufren los desterrados ni las motivaciones que los obligan a partir, pero al mismo tiempo se comprenden las prevenciones que agobian a las sociedades que los atraen. Ciertamente el confort y la protección que ofrecen los países desarrollados es finito y se vería vulnerado gravemente si no se restringiera de alguna manera el flujo de personas que quieren radicarse en su suelo. Incluso en nuestro país, que no ofrece nada parecido a lo que se busca en el primer mundo, se han vivido disyuntivas similares. Las tribulaciones de nuestros vecinos orientales nos han permitido experimentar, parcialmente, ambos lados de esa moneda.

¿Dónde encontrar el punto medio? Esa es la ingrata tarea que se debe acometer. Para añadirle complicaciones, los intereses políticos asociados con los apoyos populares copan la agenda con desproporción, desestimando la sensatez, y de nuevo, la humanidad necesaria. Pendientes de los electores, quienes deben poner el pecho se escudan en eslóganes que complacen, pero que pocas veces solucionan. Lo peor es que, según se prevé, los tiempos que vienen agravarán el fenómeno.

Fotografía tomada de https://www.unsplash.com

Publicado en El Heraldo el jueves 7 de julio de 2022

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