RESUMEN


Manuel Eduardo Moreno Slagter

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ACERCA DE MÍ Arquitecto con estudios de maestría en medio ambiente y arquitectura bioclimática en la Universidad Politécnica de Madrid. Decano de la Escuela de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la Universidad del Norte. Defensor de la ciudad compacta y densa, y de las alternativas de transporte sostenible. Coleccionista de música.

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Agradecimientos

El sábado pasado acompañé a una persona muy cercana a la cita de su vacuna contra la covid-19. El proceso fluyó bien, fue previsible y no tomó más de dos horas, algo que es inusual dentro del desorden que nos caracteriza. Aunque ya había escuchado comentarios positivos sobre la experiencia, fue conmovedor estar ahí para ver cómo se concretaba de manera particular el esfuerzo que ha supuesto administrar al menos una dosis de la vacuna casi tres mil millones de personas en todo el mundo. No sé si la historia tenga memoria de un logro colectivo de tal alcance, ejecutado en un tiempo tan corto y con esa escala. Me atrevo a decir que este es uno de los grandes momentos de la humanidad, una razón poderosa para consentir el optimismo.

En ocasiones, se dan ciertas cosas por sentadas. Sin embargo, mientras esperaba en la cola para la vacuna, empecé a considerar todo lo que tuvo que pasar para que los viales de ese compuesto químico llegaran al estacionamiento de un centro comercial al norte de Barranquilla.

Cuando el coronavirus despertó las primeras alarmas significativas, en marzo del año pasado, no teníamos claro lo que se venía. Especulábamos sobre la naturaleza del virus, su veracidad, su gravedad, las responsabilidades de China: la perplejidad dominaba las conversaciones. Seguro que en aquel momento, mientras nos hacíamos tantas preguntas, científicos anónimos empezaron a trabajar de inmediato para descifrarlas. Y así fue. Desde desconocidos laboratorios empezaron a llegar las diversas respuestas, los asomos de la solución. Hasta que en noviembre, apenas unos meses después de la proclamación de la pandemia, se anunció con esperanza que Pfizer y BioNTech había desarrollado una vacuna que daba resultados positivos en los ensayos. De ahí en adelante, las buenas noticias continuaron a un ritmo sin precedentes.

De cero a tres mil millones en 18 meses. Insisto, parece una cifra más, pero recoge los portentosos avances que hemos logrado. Fuera de los laboratorios, las vacunas requieren una logística complicada. Ahí están los aviones, transportando los contenedores refrigerados que permiten tener temperaturas imposibles en el trópico, los camiones, las neveras, las cajas, toda la cadena que incluye los suministros de agujas, el vidrio de los viales, y quién sabe cuántas cosas más que permiten beneficiarnos del progreso. Porque esos avances, de los cuales hemos sido ajenos (no inventamos ni los aviones, ni las neveras, ni las vacunas, ni nada de eso), nos llegan igual.

Vale la pena, entonces, el agradecimiento. Esa actitud que parece tan desprestigiada hoy, cuando nos creemos merecedores de todo cuanto se nos ocurre exigir. Y también algo de humildad. Porque a pesar de todo, siempre vamos a requerir del esfuerzo y del trabajo usualmente anónimo de los demás para poder sobrevivir.

Gracias a todos los que han trabajado por sacarnos de este lío. A los laboratorios, a las empresas de transporte, al personal médico, al Gobierno, a las autoridades locales, a todos aquellos que han hecho posible que en un estacionamiento de un centro comercial al norte de Barranquilla, se estén aplicando diariamente varias dosis de la vacuna. Gracias, mil gracias.

Fotografía tomada de https://www.unsplash.com

Publicado en El Heraldo el jueves 24 de junio de 2021