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Manuel Eduardo Moreno Slagter

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ACERCA DE MÍ Arquitecto con estudios de maestría en medio ambiente y arquitectura bioclimática en la Universidad Politécnica de Madrid. Decano de la Escuela de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la Universidad del Norte. Defensor de la ciudad compacta y densa, y de las alternativas de transporte sostenible. Coleccionista de música.

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El cuento del puerto

No sólo son los problemas del dragado, el mantenimiento de los tajamares y sus obras complementarias sigue a la deriva.

Debido a los trabajos realizados por la draga Bartolomeu Dias, el calado del canal navegable del río Magdalena ha comenzado a mejorar significativamente. Sin duda, son buenas noticias. La semana pasada se alcanzaron profundidades de hasta 9.6 metros, superando en casi dos metros los mínimos históricos que se registraron a mediados del 2019, uno de los momentos más críticos para la actividad portuaria de nuestra ciudad. En aquel año, las restricciones a la navegación motivaron el desvío de 30 embarcaciones a los puertos vecinos, de tal forma que Barranquilla dejó de movilizar cerca de 150.000 toneladas de carga. Fueron tiempos aciagos que se van superando de manera temporal. 

Siempre reactivos, desde hace rato los entes que deben encargarse del mantenimiento del canal navegable, un galimatías de responsabilidades y jurisdicciones en constante traslapo, encuentran como única respuesta la contratación de dragados intermitentes para habilitar calados aceptables. Desde que tengo memoria, cuando escuchaba hablar de la «draga china» en la década de los ochenta, las intervenciones no parecen lograr una solución sensata. Ni siquiera con la construcción del dique direccional, en 1993, se ha logrado estabilizar de forma continua las condiciones de navegación, siendo esa la última vez que se intentó dotar al río con alguna infraestructura de importancia. Y así estamos hoy, a la espera del eterno proceso de la APP del río Magdalena o de algún mensaje desde la montaña, mendigando recursos mientras vemos pasar el tiempo entre la desidia y los sobresaltos.

Me cuesta creer que no podamos tener un mejor control sobre las condiciones del canal. No puede ser que tengamos que salir corriendo a contratar una draga cada vez que se nos tapa el río, improvisando la mayoría de las veces, como ya sucedió con la Hang Jun 5001. Los dragados deberían ser programados, o al menos estructurados de tal forma que se puedan solicitar de forma expedita, sin tantas demoras ni sorpresas: hoy no sabemos muy bien qué va a pasar cuando se cumpla el contrato de la Bartolomeu Dias. Colmados de interrogantes y con muy pocas certezas, parece que no hubiésemos aprendido nada durante los últimos 80 años.

No sólo son los problemas del dragado, el mantenimiento de los tajamares y sus obras complementarias sigue a la deriva. Que una infraestructura tan vital para la ciudad no tenga un derrotero claro es incomprensible, una falla protuberante de toda nuestra clase dirigente, la pública y la privada, la de ahora y la de antes. La ingeniería tiene resueltos esos problemas hace rato (Rotterdam, Antwerp, Bremen, la lista es enorme), así que no hay excusas. Ni gestión.

El cuento del gallo capón debería renombrarse como el cuento del puerto. Ya verán, dentro de unos meses volverán los titulares, los pequeños escándalos, las angustias, otro contrato, otra draga. Y quizá yo tenga que volver a escribir esta misma columna.

Fotografía tomada de https://www.unsplash.com

Publicado en El Heraldo el jueves 11 de marzo de 2021

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