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Manuel Eduardo Moreno Slagter

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ACERCA DE MÍ Arquitecto con estudios de maestría en medio ambiente y arquitectura bioclimática en la Universidad Politécnica de Madrid. Decano de la Escuela de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la Universidad del Norte. Defensor de la ciudad compacta y densa, y de las alternativas de transporte sostenible. Coleccionista de música.

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Tenemos la tendencia a juntarnos de acuerdo con nuestras semejanzas, por eso desde siempre existen los clanes y las naciones.

Desde hace rato he venido preguntándome cuáles pueden ser las causas del aumento en la sensación de inconformidad y la evidente polarización, en ocasiones manifestadas a través de violentas protestas, que van escalando en tantos países. Las explicaciones que señalan una especie de súbito descubrimiento de complejos problemas subyacentes puede quedarse corta. Los problemas son ciertos y merecen atención, pero el nivel de furia no parece compadecerse con la realidad: no existe ninguna época en la historia de este planeta que pueda igualar los altos niveles de calidad de vida que disfrutan la mayoría de las personas que actualmente lo habitan.

La última afirmación puede sonar inverosímil. El lector se preguntará cómo se me puede ocurrir escribir tal cosa en medio de tanta turbulencia, pensará que vivo en una cueva desconectado de la realidad, que no entiendo nada, o peor, que pretendo engañarlo porque seguramente me motivan intereses personales. No lo culpo. Llevo bastante tiempo comprobando que muchos de nosotros, en lugar de hacer el intento por verificar datos o tratar de ver y comprender las diferentes caras de cualquier asunto, prefieren negar de tajo lo que les contraríe. Si alguien cree que el gobierno está haciendo las cosas bien o mal (los extremos de siempre) se arrimará a quienes le confirmen que su postura es cierta y poco más. Como si de repente todos nos hubiésemos afiliado a sectas fanáticas, le estamos invirtiendo excesiva energía al ejercicio de aborrecer visceralmente todo lo que no tiene nuestro color.

Esto no es nuevo, las personas tenemos la tendencia a juntarnos de acuerdo con nuestras semejanzas, por eso desde siempre existen los clanes y las naciones. Sin embargo, con las excepciones inevitables, durante siglos todo eso estaba más o menos contenido, el alcance de la información y las posibilidades de relacionarnos con otras personas o grupos tenían unos límites naturales. Hasta que Internet y las redes sociales irrumpieron en nuestras vidas.

El interesante documental The Social Dilemma, de Jeff Orlowski, evidencia algunos fenómenos que pueden estar teniendo mucho que ver con el aumento de la rabia y la polarización que mencionaba antes, centrándose en el impacto de las redes sociales sobre nuestro comportamiento. Los bienvenidos avances tecnológicos, fundamentalmente los teléfonos inteligentes y los complejos algoritmos que los nutren, permiten ahora alcanzar unas audiencias enormes, siendo posible impactar a cientos de millones de personas que pueden ser clasificadas y condicionadas con una precisión que asusta. Tal poder resulta inquietante. Desde luego, la salida no podría pasar por regular en exceso o prohibir el uso de estas plataformas, habría que buscar la forma de aprender a manejarlas y de entender su alcance e importancia con las consideraciones éticas que correspondan. Eso sí, tiene que ser rápido, antes de que su influencia termine por distanciarnos de manera irreparable.

Fotografía tomada de https://www.unsplash.com

Publicado en El Heraldo el jueves 1 de octubre de 2020