RESUMEN


Manuel Eduardo Moreno Slagter

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ACERCA DE MÍ Arquitecto con estudios de maestría en medio ambiente y arquitectura bioclimática en la Universidad Politécnica de Madrid. Decano de la Escuela de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la Universidad del Norte. Defensor de la ciudad compacta y densa, y de las alternativas de transporte sostenible. Coleccionista de música.

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Los viejos

Mientras deambulaba con él por los pasillos de la colección que administraba, un librero amigo me señaló una estantería con un centenar de libros que estaban en oferta. Se trataba de unos volúmenes que había intentado, sin éxito, devolver al distribuidor. La librería sustentaba su reclamo en algunas señales de deterioro que aparecieron durante los meses del encierro pandémico, pero no hubo acuerdo y optaron por rematarlos a mitad de precio. Tenían unas manchitas amarillas, imperceptibles, casi todas en el canto de las hojas, de tal forma que no afectaban su lectura ni mucho menos alteraban su contenido. Eran libros sin usar.

Al final salí de ahí con una versión de bolsillo de El hacedor, de Borges, un breve compendio de relatos y poemas tan potente como toda la obra del genio argentino, pero que todavía no había tenido la suerte de encontrar y que terminó en mi biblioteca por un precio ridículo. Luego de leerlo, y de refrendar la extraordinaria calidad del autor, me pareció que todo ese episodio, aunque real, funcionaría como una especie de parábola para evidenciar las injusticias que se cometen con la vejez, con los viejos, o con todo lo que va mostrando cualquier señal de desgaste estético.

Me fijé en dos pensamientos. Si el libro no hubiese tenido las minúsculas manchas me habría costado el doble. Sin embargo, nada de lo que pude leer y sentir, la filigrana de los escritos, la admiración por la obra, la emoción propia de quien se conmueve ante el uso preciso del idioma; nada de eso se vio alterado por aquel factor que disminuyó su valor. El libro me costó menos, pero me produjo las mismas sensaciones que propiciaría un ejemplar inmaculado, recién salido de la imprenta.

De todas maneras, en nuestras casas todos los libros se van manchando con el tiempo, así que ese destino es inevitable. La juventud y la vejez son estados transitorios. Es una obviedad, pero da la impresión de que se nos olvida con frecuencia. Cuando se descalifica a alguien porque cuenta cuatro o cinco décadas, ignoramos que hace muy poco esa misma persona también era joven, sólo que ahora ha vivido más. No parece sensato invalidar las actuaciones de nuestros semejantes únicamente porque tengan una treintena de años de diferencia con respecto a un determinado grupo, menos cuando todos vamos caminando inexorablemente hacia esa etapa. Les aseguro que, ante eso, no hay Botox que valga.

Ignoro por qué, según parece, pasamos de admirar la sabiduría de los mayores, como insisten en algunas tribus, a despreciarla con reproche; pero sospecho que esa tendencia nos está trayendo complicaciones diversas. Todos queremos llegar a viejos, por lo tanto, convendría escuchar con atención a quienes lo lograron. Desde luego, los entusiasmos juveniles son necesarios y bienvenidos, no podríamos avanzar sin esas espoladas, pero no tienen que rendirse siempre frente a posiciones arrogantes y displicentes. 

Quizá, entonces, vale la pena que emulemos al esclavo romano que susurraba al oído de los generales victoriosos, pero en lugar de advertir el final (recuerda que eres mortal), consideremos la transición previa. Como dijo Bufalino: con pasos de gato la juventud se va.

Fotografía tomada de https://www.unsplash.com

Publicado en El Heraldo el jueves 24 de marzo de 2022