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Manuel Eduardo Moreno Slagter

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ACERCA DE MÍ Arquitecto con estudios de maestría en medio ambiente y arquitectura bioclimática en la Universidad Politécnica de Madrid. Decano de la Escuela de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la Universidad del Norte. Defensor de la ciudad compacta y densa, y de las alternativas de transporte sostenible. Coleccionista de música.

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Perdón y olvido

Los colombianos sabíamos que la impunidad era parte del precio que debíamos pagar para lograr acercarnos a una paz necesaria.

En los últimos días, según se deduce luego de revisar las diferentes declaraciones que han dado los antiguos integrantes de las Farc, va quedando claro que no van a reconocer buena parte de los crímenes que cometieron durante medio siglo de insurrección. Esto en realidad no sorprende tanto, dado que desde hace rato los colombianos sabíamos que la impunidad era parte del precio que debíamos pagar para lograr acercarnos a una paz necesaria. A estas alturas cada uno de nosotros deberá buscar la manera de lidiar con los sentimientos que eso nos suscite, hayamos sido víctimas o no de sus actos. Por eso, y aunque me parece que los ejemplos personales siempre estarán enturbiados por las emociones, acudiré a ello para exponer mi opinión sobre el tema.

Mi madre estaba cenando en el club El Nogal cuando explotó la bomba el viernes 7 de febrero del 2003. A pesar de la gravedad de sus heridas, y de pasar de los cincuenta en aquel momento, logró sobrevivir al atentado luego de soportar varios días hospitalizada. Su esposo no corrió con la misma suerte y murió ese sábado en una unidad de cuidados intensivos, lo que le daría fin a más de veinticinco años de matrimonio. Como se puede suponer, la vida le cambió por completo. Ella falleció hace unos años, sin haber logrado recuperarse del todo.

Por mucho tiempo viví con la desazón y la rabia que dejan las desgracias cercanas, especialmente cuando nada logra darle sentido a lo que ocurrió. El azar en este país puede traer consigo cosas espeluznantes y supongo que a ella y a su esposo también les tocó esa mala suerte que le ha tocado a millones de colombianos. Sin embargo, pasados los años, la resignación y el tiempo van haciendo su trabajo y hoy puedo afirmar que soy capaz de perdonar a quienes le arruinaron la vida a mi madre. Cuando digo que los perdono quiero decir que no tengo impulsos vengativos, ni les deseo males, y ni siquiera pretendo que se les impongan condenas o reparaciones, mientras menos sepa de todo eso, mejor. Lo que no puedo y no quiero hacer es olvidar.

Insisto. Una cosa es abandonar racionalmente la expectativa de justicia y no continuar buscándola, como me pasa a mí, y otra es pretender que sumado a ese perdón, nos olvidemos de todo de lo que fueron capaces de hacer. Todo inane, además. Porque ciertamente a nadie le mejoró la vida luego de algún asesinato, o de algún secuestro o atentado, nadie fue más feliz después de enterrar a sus muertos. Que esas personas hayan encontrado justificación a la matanza indiscriminada de civiles es un asunto que no se puede tachar, que no puede ignorarse.

Ojalá ellos pasen lo que les queda de vida con la paz y la calma que les negaron a tantos, que terminen sus días como mejor les parezca, pero que no nos pidan más. Los dejamos tranquilos, que nos dejen tranquilos a nosotros. Por respeto, deberían abandonar voluntariamente su búsqueda de poder.

Fotografía tomada de https://www.unsplash.com

Publicado en El Heraldo el jueves 17 de septiembre de 2020