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Manuel Eduardo Moreno Slagter

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ACERCA DE MÍ Arquitecto con estudios de maestría en medio ambiente y arquitectura bioclimática en la Universidad Politécnica de Madrid. Decano de la Escuela de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la Universidad del Norte. Defensor de la ciudad compacta y densa, y de las alternativas de transporte sostenible. Coleccionista de música.

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Por fin, el centro

No podría pensarse con sensatez en unos mercados funcionales sin solucionar la podredumbre que generan sus caños circundantes.

Una de las tareas más apremiantes que esta ciudad tiene en su lista de pendientes, acaso superada por el problema de los arroyos que en buena hora hemos decidido acometer, es la recuperación de nuestro Centro. La tarea no es nada fácil y supera en complejidad a las obras de canalización de las aguas pluviales, que no requerían nada diferente a la aplicación de soluciones de ingeniería que han sido probadas desde hace mucho rato. El Centro es otro asunto. Tan monumental es el reto que quizá convendría cambiar el verbo: si luego de los esfuerzos venideros se lograse al menos dignificarlo, sin llegar a alcanzar o mejorar sus estados anteriores, ya tendríamos razones para celebrar.

La administración distrital ha anunciado recientemente dos proyectos que parecen indicar esa dirección, el denominado Gran Bazar y la rehabilitación de los caños. El Gran Bazar pretende constituirse en una moderna plaza de mercado, con una capacidad para albergar más de mil puestos de venta, algunos restaurantes y otros puestos flexibles, con todas las condiciones de diseño y salubridad que se esperan para este tipo de conjuntos. De cristalizarse, significaría una enorme mejora para este sector de la ciudad, deteriorado y degradado hasta lo inverosímil. Que sea también una oportunidad para propiciar las acciones que permitan legalizar por completo los enormes intercambios comerciales que se llevan a cabo en nuestros mercados, muchos de ellos pasando discretamente por debajo del radar de las autoridades fiscales. Con algún optimismo creo que las mejoras en la infraestructura física pueden conducir también a mejoras en el comportamiento, tanto cívico como moral.

No podría pensarse con sensatez en unos mercados funcionales sin solucionar la podredumbre que generan sus caños circundantes. El estado de esas franjas de agua es difícil de comprender, la convivencia de tanta suciedad con bienes comestibles, o con cualquier actividad humana. Bienvenidas las acciones que los limpien y regeneren, o que cuando menos los vuelvan soportables, pero sobre todo, sostenibles; nada ganaríamos si después del importante trabajo que supondrá rehabilitarlos, los volvemos a llenar de basura y desperdicios.

Cuando ambos proyectos se terminen (y no espero sorpresas en ese sentido), o incluso desde ahora mismo, tendremos que emprender la tarea más compleja de todas, la que sustente los necesarios cambios en la manera de comportarse de los ciudadanos que frecuenten esos renovados lugares. Hará falta un empeño destacado para poder asegurar el mantenimiento y limpieza permanente, pero también unas claras reglas de juego que sean acogidas por todos. Confío en que con estos anuncios ya se empiecen a consolidar tales transformaciones. Quiero creer que estamos cerca de ese momento coyuntural que marque la transición hacia una ciudad que logre identificarse con el respeto por sus espacios y por sus conciudadanos.

Fotografía tomada de https://www.unsplash.com

Publicado en El Heraldo el jueves 8 de octubre de 2020