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Manuel Eduardo Moreno Slagter

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ACERCA DE MÍ Arquitecto con estudios de maestría en medio ambiente y arquitectura bioclimática en la Universidad Politécnica de Madrid. Decano de la Escuela de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la Universidad del Norte. Defensor de la ciudad compacta y densa, y de las alternativas de transporte sostenible. Coleccionista de música.

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Una buena historia

De vez en cuando conviene evadirse. En dosis correctas el escapismo ayuda mucho a mantener la cordura, especialmente cuando los medios, los amigos, los colegas y casi todo, nos agobia con una relación infinita de cosas urgentes, de noticias inquietantes y malos augurios. El solaz que entrega una conversación superflua, poder perderse en la música o leyendo algún texto simple es lo que hace la vida vivible; no todo puede ser serio y consecuente. En esas andaba cuando me topé con una historia llamativa y sin mayores pretensiones, pero con un final parcialmente feliz, o cuando menos inofensivo.

Puede que algunos de ustedes ya hayan conocido Wordle, un sencillo juego de palabras que acaparó el interés de miles de usuarios en internet durante los últimos meses. Con unas reglas muy fáciles de entender, una interfaz clara y una demanda de tiempo mínima y limitada, pues sólo permite jugarlo por unos minutos una vez al día, la modesta invención logró un alcance inesperado. Su creador es Josh Wardle, un joven nacido en el impronunciable pueblo de Llanddewi Rhydderch, un conjunto de casas con cuatro calles cercano a Abbergaveny, al sur de Gales. Wardle, hijo de una familia campesina dedicada a la crianza de vacas y ovejas, estudió en un colegio de Abbergaveny y luego pudo continuar su formación en Artes Mediáticas en la Royal Holloway, University of London. Tras esa experiencia se marchó a profundizar sus estudios en la Universidad de Oregon y terminó radicándose en Brooklyn, trabajando como ingeniero de software.

La idea de desarrollar el juego surgió impulsada por el encierro pandémico, cuando lo diseñó para entretener a su novia, quien era aficionada a ese tipo de pasatiempos, especialmente al Spelling Bee. Al principio, lo compartió con su familia en su grupo de WhatsApp, hasta que decidió hacerlo de acceso al público en octubre del año pasado, instalándolo en una página web muy austera, sin publicidad ni mayores arandelas. Poco a poco, y debido fundamentalmente a la simpática manera de compartir los resultados de cada partida en las redes sociales, lo que comenzó como una curiosidad familiar se convirtió en un fenómeno masivo. En noviembre lo usaban 90 personas, dos meses después contaba con 300.000 usuarios, y hoy alcanza millones de interacciones diarias. Tanto ruido terminó por llamar la atención de algunos inversionistas, de tal forma que el lunes fue confirmado que el juego fue comprado por el New York Times por una cifra no revelada de siete dígitos. Wardle ha afirmado que la idea general es que el juego se mantenga como está, gratis y de fácil acceso, y de paso, ha reconocido que todo esto que ha pasado naturalmente desbordó cualquiera de sus expectativas.

Siempre me ha parecido satisfactorio que aquellos que nos brindan bienestar, o que nos facilitan la vida, reciban una adecuada recompensa. Que un joven galés oriundo de Llanddewi Rhydderch haya recibido al menos un millón de dólares por darle sano entretenimiento al mundo es una buena historia, sin nada perverso detrás. Lo que pase con Wordle ahora que hace parte del New York Times no es ya tan importante, lo bonito será no olvidar cómo empezó y disfrutarlo mientras podamos.

Fotografía tomada de https://www.unsplash.com

Publicado en El Heraldo el jueves 3 de febrero de 2022